Lanza una mirada libidinosa a Andrea. Estoy seguro de que sólo pasa por mi despacho para verla, es el único de mis empleados que no se dirige a mí por correo, o por teléfono. Andrea es realmente atractiva, como todas mis empleadas. Rubia, para evitar tentaciones. Regla número uno, nunca follarse al personal. La sola idea del sexo me enciende. Podría llamar de nuevo a Elena, concertar otra cita con una de las chicas, esta vez, con lencería. Cambiar la vara de sauce por un látigo enganchado a mi muñeca, que pueda soltar, descargar un golpe por cada pensamiento perturbador de la semana. Hacerle pagar mi desazón.
Pero no, el viernes estaré cerca de Anastasia. Puedo aguantar tres días más sin follar, cogerla con ganas cuando la vea, clavar mis dedos en su suave piel, sin preocuparme más de si esto le va a gustar o no. Le gustará, yo lo sé. Sé cómo llevar a una mujer a sus límites de placer, canalizar su dolor para obtener mi satisfacción. Morder ese labio brutalmente, no como lo hace ella.
- ¿Señor Grey?
- Sí, Andrea –la llamada de mi secretaria me saca de mis ensoñaciones. Estoy jodidamente empalmado.
- Su reunión con los taiwaneses es en cinco minutos. Tenemos lista la videoconferencia en la sala de reuniones.
- Gracias, en seguida voy –en cuanto mi entrepierna vuelva a su sitio.
Fin. Dejo caer tercer tomo de Tess sobre mi regazo. Mi despacho está en silencio, igual que el resto de la casa. Pensando en mi vida pasada descanso la vista sobre las luces que dibujan el perfil de Seattle a través de la ventana. Listo para enviar los libros, me acerco al archivador que guarda toda la vida de mis sumisas. Entre las fichas de las quince anteriores, está la suya. Anastasia Steele. ¿Llegarás, alguna vez a ser una de ellas? Mi entrepierna vuelve a calentarse. Compruebo que la cita de los hombres y el peligro siga bajo la cubierta del primer volumen, hablando por mí, y envuelvo los tres tomos de piel en papel marrón. Saco su ficha y copio la dirección que aparece.
- ¿Señora Jones?
- Sí, señor Grey.
- Por favor, déle a Taylor este paquete, que lo haga llegar a Portland. Lo antes posible.
- Por supuesto, señor Grey. La cena está lista.
- Gracias. En seguida voy.
Compruebo la agenda del día siguiente, tengo que dejar cerrados todos los asuntos de Seattle si quiero volar al atardecer. El viernes por la mañana me ha convocado el rector de la universidad para revisar juntos los resultados del programa de formación que financio. Tendré que avisar a Elliot.
*Lelliot, ¿Charlie Tango mañana?*
*¿Mañana? La ópera es el viernes, impaciente*
*Tengo asuntos que atender en la WSU*
*Gracias, yo tengo planes aquí J. Nos vemos el viernes*
*Te perderás un gran vuelo*
*¿Eso quieres decir que no vas a salir a navegar?*
Los jueves solía llevar a Mia a dar una vuelta en The Grace, a última hora de la tarde. Era nuestro rato pero, desde que se fue, lo cierto es que no he vuelto. Además, Mac está haciendo algunas reparaciones en el casco, que sufrió con las heladas del invierno.
*Habla con Mac, Don Juan. Dile que te de las llaves. Y ponte protección*
*Gracias hermanito*
No me extraña que mi familia piense que soy gay, la comparación con Elliot es terrible, no creo que quede una sola mujer en Seattle que no haya pasado por sus brazos y, ahora, por mi yate. Mi hermano nunca se ha andado con miramientos, y no parece importarle que sean relaciones de usar y tirar… Al fin y al cabo, no somos tan distintos.
Privado de la lectura favorita de Anastasia me recuesto en la cama sabiendo que el insomnio volverá a atacarme. Apago la luz y pongo The National en mi iPod, y dejo que su música me acompañe. Otro insomne, como yo, canta:
Este es un amor terrible, voy caminando con arañas.
Es un amor terrible, pero me lanzo a él.
En callada compañía.
Y no puedo dormir sin un poco de ayuda, necesito tiempo para asentar mis huesos temblorosos, para ahuyentar el pánico.
Hace falta un océano para no romperse.
Hace falta un océano para no romperse.
Hace falta un océano para no romperse.
¿Es eso lo que me pasa a mí? Miro el Pacífico a través de la ventana, pensando en Anastasia. En quién es el que puede romperse aquí. Ella, yo, o los dos. Poco a poco, el sueño me vence.
Cuando despierto, nubes grises cubren pesadas el skyline bajo mis pies. En días como hoy se desdibuja la línea que separa el océano del cielo, y resulta casi imposible saber qué hora es. Pero el tintineo de la vajilla en la cocina me hace suponer que deben ser las siete, y Gail está haciendo café. Mirar la ciudad desde aquí arriba me hace sentir poderoso. Tenía que llegar a lo más alto, y lo he conseguido. Ahora soy todo lo que nací para no ser.
Eres una mierda, puto enano. Apártate de mí. Sólo eres escoria, igual que tu madre. Escoria sucia.
Desde aquí, desde el último piso de La Escala, domino un océano. Mi último pensamiento de anoche se apodera de nuevo de mí. ¿Es necesario un océano para no romperse? ¿Un océano, entre mi madre y yo, nos habría salvado? ¿Entre mi madre drogadicta y el cabrón que la mató? Alcanzo con los ojos ese horizonte indefinido. No Christian. Tú no eres de los que se rompen.
En la oficina Andrea me espera, agenda en mano.
- ¿Algún cambio, Andrea?
- Buenos días, señor Grey. Sí, Claude acaba de pasar por aquí para cancelar la partida de golf. Dice que acabará lloviendo esta mañana.
Cómo no, Claude se las ha ingeniado para volver a ver a Andrea. Empiezo a pensar que no es mi estado de forma lo que le preocupa, pese al suculento sueldo que le pago.
- De acuerdo. ¿Algo más?
- Le he reenviado un par de mensajes que debería contestar personalmente. Uno es del rector de la WSU para confirmar la cita de mañana, y enviarle un borrador con los temas a tratar en su discurso en la entrega de diplomas.
- Perfecto, ahora me ocupo.
- El otro es de Sarah Holter. Como me pidió, cancelé todas sus citas en la ciudad para el fin de semana. Llamé para informar de que no asistirá a la inauguración del sábado y quieren saber si va a mandar un representante al pabellón del GEH.
- ¿De quién? ¿Qué inauguración? ¿Qué pabellón?
- Sarah Holter, la jefa de comunicaciones del Seattle Green Fest, la feria de la sostenibilidad. Se celebra este fin de semana. ¿Recuerda? Carrick insitió mucho en que participásemos.
- Ah, aquel embrollo en el que me metió mi padre. Empiezo a cansarme de utilizar el nombre de mi empresa para apoyar a sus amigos en sus aspiraciones políticas. ¿De quién se trata, esta vez?
- El candidato Roberts, señor.
- Está bien, hablaré con mi padre. Que vaya él. Gracias, Andrea.
Recojo de su mesa el correo y me dispongo a lidiar con mi padre. Él me metió en esto, que él se ocupe. No sé quién es Roberts, y ni siquiera por quién se presenta. A duras penas me afectan las decisiones que toman los políticos en esta ciudad, más allá de los tediosos actos a los que me invitan buscando ganarse mi simpatía. Es decir, mi dinero. Estoy seguro de que Carrick no tendrá ningún inconveniente en ponerse una chaqueta de lana sostenible, unos zapatos con suela de caucho sostenible, y hacerse una foto con su sonrisa sostenible delante de un cartel con el logotipo del Grey Enterprise Holding dándole la mano a Rommer. Rogers. Roberts. Como se llame.
Poco después de las cinco he terminado con esta jornada tediosa, y por fin puedo poner rumbo a Portland, si el clima lo permite. Bastille tenía razón, sigue lloviendo, y no parece que vaya a parar.
- Taylor, voy a necesitar a Charlie Tango esta noche. ¿Puedes llamar a Sea-Tac y pedir una previsión? Saldré sobre las siete.
- Por supuesto, señor Grey.
A pesar de que los vientos fuertes son raros en esta época del año la lluvia azota con fuerza los cristales. Desde la ventana, a través de la niebla, se distinguen las cimas de las montañas Olympic, que todavía tienen algo de nieve. Mi Blackberry vibra.
- Grey.
- Señor Gray, Taylor. Sin problemas.
- Perfecto. Recójame en media hora. Cargue mi equipaje, y dígale a Gail que necesitaré el esmoquin, voy a ir a la ópera.
Exactamente a las siete cierro la puerta de la cabina del helicóptero. El sol empieza a caer y con los últimos rayos se va disipando la niebla, tal y como me habían informado. Enciendo los motores, me coloco el arnés y los cascos listo para comunicarme con la torre de control. Tan mecánicamente como tomo los mandos, pido permiso para despegar.
- Aeropuerto de Portland, aquí Charlie Tango Golf-Golf Echo Hotel, listo para despegar. Espero confirmación. Cambio.
- Aquí aeropuerto de Portland. Adelante, Charlie Tango. Proceda por uno-cuatro-mil, dirección cero-uno-cero. Cambio.
- Recibido aeropuerto
. Corto.
Suave como una pluma me elevo por encima de La Escala, haciendo aún mayor mi sensación de libertad. La soledad del cielo, el silencio a mi alrededor, el mundo, tan grande a mi alrededor y tan pequeño a mis pies… Adoro volar.
Eres un mierda, niñato. Te pudrirás de rodillas igual que tu madre.
La entrevista con el rector me ocupa toda la mañana y al salir, paseo por el campus, buscando inútilmente a Anastasia entre los estudiantes que salen lanzando al aire sus libros. Yo nunca encajé en este ambiente, y no lo hago ahora tampoco. Nunca llegué a graduarme y, viendo el alboroto a mi alrededor, encuentro otro motivo más para alegrarme de haber abandonado los estudios. Me siento incómodo, y ella no está, mejor vuelvo al hotel hasta que llegue Elliot.
Fuente: Fans de Grey
Pero no, el viernes estaré cerca de Anastasia. Puedo aguantar tres días más sin follar, cogerla con ganas cuando la vea, clavar mis dedos en su suave piel, sin preocuparme más de si esto le va a gustar o no. Le gustará, yo lo sé. Sé cómo llevar a una mujer a sus límites de placer, canalizar su dolor para obtener mi satisfacción. Morder ese labio brutalmente, no como lo hace ella.
- ¿Señor Grey?
- Sí, Andrea –la llamada de mi secretaria me saca de mis ensoñaciones. Estoy jodidamente empalmado.
- Su reunión con los taiwaneses es en cinco minutos. Tenemos lista la videoconferencia en la sala de reuniones.
- Gracias, en seguida voy –en cuanto mi entrepierna vuelva a su sitio.
Fin. Dejo caer tercer tomo de Tess sobre mi regazo. Mi despacho está en silencio, igual que el resto de la casa. Pensando en mi vida pasada descanso la vista sobre las luces que dibujan el perfil de Seattle a través de la ventana. Listo para enviar los libros, me acerco al archivador que guarda toda la vida de mis sumisas. Entre las fichas de las quince anteriores, está la suya. Anastasia Steele. ¿Llegarás, alguna vez a ser una de ellas? Mi entrepierna vuelve a calentarse. Compruebo que la cita de los hombres y el peligro siga bajo la cubierta del primer volumen, hablando por mí, y envuelvo los tres tomos de piel en papel marrón. Saco su ficha y copio la dirección que aparece.
- ¿Señora Jones?
- Sí, señor Grey.
- Por favor, déle a Taylor este paquete, que lo haga llegar a Portland. Lo antes posible.
- Por supuesto, señor Grey. La cena está lista.
- Gracias. En seguida voy.
Compruebo la agenda del día siguiente, tengo que dejar cerrados todos los asuntos de Seattle si quiero volar al atardecer. El viernes por la mañana me ha convocado el rector de la universidad para revisar juntos los resultados del programa de formación que financio. Tendré que avisar a Elliot.
*Lelliot, ¿Charlie Tango mañana?*
*¿Mañana? La ópera es el viernes, impaciente*
*Tengo asuntos que atender en la WSU*
*Gracias, yo tengo planes aquí J. Nos vemos el viernes*
*Te perderás un gran vuelo*
*¿Eso quieres decir que no vas a salir a navegar?*
Los jueves solía llevar a Mia a dar una vuelta en The Grace, a última hora de la tarde. Era nuestro rato pero, desde que se fue, lo cierto es que no he vuelto. Además, Mac está haciendo algunas reparaciones en el casco, que sufrió con las heladas del invierno.
*Habla con Mac, Don Juan. Dile que te de las llaves. Y ponte protección*
*Gracias hermanito*
No me extraña que mi familia piense que soy gay, la comparación con Elliot es terrible, no creo que quede una sola mujer en Seattle que no haya pasado por sus brazos y, ahora, por mi yate. Mi hermano nunca se ha andado con miramientos, y no parece importarle que sean relaciones de usar y tirar… Al fin y al cabo, no somos tan distintos.
Privado de la lectura favorita de Anastasia me recuesto en la cama sabiendo que el insomnio volverá a atacarme. Apago la luz y pongo The National en mi iPod, y dejo que su música me acompañe. Otro insomne, como yo, canta:
Este es un amor terrible, voy caminando con arañas.
Es un amor terrible, pero me lanzo a él.
En callada compañía.
Y no puedo dormir sin un poco de ayuda, necesito tiempo para asentar mis huesos temblorosos, para ahuyentar el pánico.
Hace falta un océano para no romperse.
Hace falta un océano para no romperse.
Hace falta un océano para no romperse.
¿Es eso lo que me pasa a mí? Miro el Pacífico a través de la ventana, pensando en Anastasia. En quién es el que puede romperse aquí. Ella, yo, o los dos. Poco a poco, el sueño me vence.
Cuando despierto, nubes grises cubren pesadas el skyline bajo mis pies. En días como hoy se desdibuja la línea que separa el océano del cielo, y resulta casi imposible saber qué hora es. Pero el tintineo de la vajilla en la cocina me hace suponer que deben ser las siete, y Gail está haciendo café. Mirar la ciudad desde aquí arriba me hace sentir poderoso. Tenía que llegar a lo más alto, y lo he conseguido. Ahora soy todo lo que nací para no ser.
Eres una mierda, puto enano. Apártate de mí. Sólo eres escoria, igual que tu madre. Escoria sucia.
Desde aquí, desde el último piso de La Escala, domino un océano. Mi último pensamiento de anoche se apodera de nuevo de mí. ¿Es necesario un océano para no romperse? ¿Un océano, entre mi madre y yo, nos habría salvado? ¿Entre mi madre drogadicta y el cabrón que la mató? Alcanzo con los ojos ese horizonte indefinido. No Christian. Tú no eres de los que se rompen.
En la oficina Andrea me espera, agenda en mano.
- ¿Algún cambio, Andrea?
- Buenos días, señor Grey. Sí, Claude acaba de pasar por aquí para cancelar la partida de golf. Dice que acabará lloviendo esta mañana.
Cómo no, Claude se las ha ingeniado para volver a ver a Andrea. Empiezo a pensar que no es mi estado de forma lo que le preocupa, pese al suculento sueldo que le pago.
- De acuerdo. ¿Algo más?
- Le he reenviado un par de mensajes que debería contestar personalmente. Uno es del rector de la WSU para confirmar la cita de mañana, y enviarle un borrador con los temas a tratar en su discurso en la entrega de diplomas.
- Perfecto, ahora me ocupo.
- El otro es de Sarah Holter. Como me pidió, cancelé todas sus citas en la ciudad para el fin de semana. Llamé para informar de que no asistirá a la inauguración del sábado y quieren saber si va a mandar un representante al pabellón del GEH.
- ¿De quién? ¿Qué inauguración? ¿Qué pabellón?
- Sarah Holter, la jefa de comunicaciones del Seattle Green Fest, la feria de la sostenibilidad. Se celebra este fin de semana. ¿Recuerda? Carrick insitió mucho en que participásemos.
- Ah, aquel embrollo en el que me metió mi padre. Empiezo a cansarme de utilizar el nombre de mi empresa para apoyar a sus amigos en sus aspiraciones políticas. ¿De quién se trata, esta vez?
- El candidato Roberts, señor.
- Está bien, hablaré con mi padre. Que vaya él. Gracias, Andrea.
Recojo de su mesa el correo y me dispongo a lidiar con mi padre. Él me metió en esto, que él se ocupe. No sé quién es Roberts, y ni siquiera por quién se presenta. A duras penas me afectan las decisiones que toman los políticos en esta ciudad, más allá de los tediosos actos a los que me invitan buscando ganarse mi simpatía. Es decir, mi dinero. Estoy seguro de que Carrick no tendrá ningún inconveniente en ponerse una chaqueta de lana sostenible, unos zapatos con suela de caucho sostenible, y hacerse una foto con su sonrisa sostenible delante de un cartel con el logotipo del Grey Enterprise Holding dándole la mano a Rommer. Rogers. Roberts. Como se llame.
Poco después de las cinco he terminado con esta jornada tediosa, y por fin puedo poner rumbo a Portland, si el clima lo permite. Bastille tenía razón, sigue lloviendo, y no parece que vaya a parar.
- Taylor, voy a necesitar a Charlie Tango esta noche. ¿Puedes llamar a Sea-Tac y pedir una previsión? Saldré sobre las siete.
- Por supuesto, señor Grey.
A pesar de que los vientos fuertes son raros en esta época del año la lluvia azota con fuerza los cristales. Desde la ventana, a través de la niebla, se distinguen las cimas de las montañas Olympic, que todavía tienen algo de nieve. Mi Blackberry vibra.
- Grey.
- Señor Gray, Taylor. Sin problemas.
- Perfecto. Recójame en media hora. Cargue mi equipaje, y dígale a Gail que necesitaré el esmoquin, voy a ir a la ópera.
Exactamente a las siete cierro la puerta de la cabina del helicóptero. El sol empieza a caer y con los últimos rayos se va disipando la niebla, tal y como me habían informado. Enciendo los motores, me coloco el arnés y los cascos listo para comunicarme con la torre de control. Tan mecánicamente como tomo los mandos, pido permiso para despegar.
- Aeropuerto de Portland, aquí Charlie Tango Golf-Golf Echo Hotel, listo para despegar. Espero confirmación. Cambio.
- Aquí aeropuerto de Portland. Adelante, Charlie Tango. Proceda por uno-cuatro-mil, dirección cero-uno-cero. Cambio.
- Recibido aeropuerto
. Corto.
Suave como una pluma me elevo por encima de La Escala, haciendo aún mayor mi sensación de libertad. La soledad del cielo, el silencio a mi alrededor, el mundo, tan grande a mi alrededor y tan pequeño a mis pies… Adoro volar.
Eres un mierda, niñato. Te pudrirás de rodillas igual que tu madre.
La entrevista con el rector me ocupa toda la mañana y al salir, paseo por el campus, buscando inútilmente a Anastasia entre los estudiantes que salen lanzando al aire sus libros. Yo nunca encajé en este ambiente, y no lo hago ahora tampoco. Nunca llegué a graduarme y, viendo el alboroto a mi alrededor, encuentro otro motivo más para alegrarme de haber abandonado los estudios. Me siento incómodo, y ella no está, mejor vuelvo al hotel hasta que llegue Elliot.
Fuente: Fans de Grey
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