CHRISTIAN AND THE SHADES

CHRISTIAN AND THE SHADES
Todo lo relacionado con Cincuenta Sombras de Grey. Basado en la trilogía de E.L. James

miércoles, 27 de mayo de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 3.1

   
Anastasia está borracha. Demasiado borracha. Me alegro de estar aquí para cuidarla. Me acerco y veo que está a punto de desmayarse. Justo se desploma en mis brazos.

—Joder—exclamo. No era esto lo que esperaba para esta noche.

La llevo a mi habitación en el Heathman. No parece que vaya a recuperar la conciencia en las próximas horas. Decido acostarla en mi cama para que descanse bien. Le quito los zapatos, los calcetines, los vaqueros. Observo sus hermosas piernas. Realmente en este momento no me seduce porque sería como aprovecharme de ella, pero, de verdad, es que se la ve muy atractiva en camiseta y bragas.

Decido taparla y me dispongo a dormir en el sillón del salón contiguo. Es confortable y yo estoy lo suficientemente cansado como para dormirme apenas apoyo la cabeza en la almohada.
A la mañana siguiente, me despierto temprano. Voy hacia la habitación y veo que ella todavía está durmiendo. Antes de irme a entrenar, pido un zumo de naranja y dos Ibuprofenos que dejo en la mesita de noche. Sé que esto la reconfortará cuando despierte.
Luego voy al gimnasio a hacer un rato de entrenamiento de kick boxing. Me gusta entrenarme en un deporte de combate. Soy un luchador nato. Y, además, es una excelente manera de estar en forma. Cuando termino mi clase, regreso a la habitación.
Golpeo. Como nadie me responde, supongo que estará todavía durmiendo. Sin embargo, cuando abro la puerta, veo que ya está despierta. Está dejando el vaso vacío sobre la mesa. Es bueno saber que le gustó la idea de tomar un zumo refrescante para alivianar la sed de su resaca.

—Buenos días, Anastasia, ¿cómo te encuentras?

—Mejor de lo que merezco.

Me seco el sudor y la miro. Tiene algo de niña en su manera de mirarme, como si estuviera pensando: oh, sí, me he portado muy mal, he hecho desastres y me merezco un castigo más grande, incluso, merezco sentirme peor de cómo me siento. Me causa algo de gracia, pero reprimo mi sonrisa para ver qué va a hacer ahora, cómo va a actuar, si hará preguntas o intentarña marcharse avergonzada.

—¿Cómo he llegado hasta aquí?

De acuerdo, ya sé el camino que ha elegido. Empezará con algunas preguntas, en especial querrá saber qué fue lo que hizo. Es más hasta puede que tenga miedo, por no recordar nada
.
Le explico que la traje yo y que no la llevé hasta su casa para proteger el tapizado de mi coche. Además, es verdad que el movimiento del coche la hubiera mareado más y hubiera hecho que volviera a vomitar.

—¿Me metiste tú en la cama?

Quiero terminar rápido con este interrogatorio o, mejor dicho, quiero probar haber si se atreve a preguntarme lo que realmente quiere preguntarme. Así que me decido a responder de manera concreta y cortante.

—Sí.

—¿Volví a vomitar?

—No.

—¿Me quitaste la ropa?

—Sí.

Oh, parece que la señorita Steele tiene pudor. No le gusta que la haya visto en bragas. Me gusta su inocencia.
—¿No habremos…?

No se atreve a terminar la pregunta. Se atreve a hacerla, pero algo hace que la vergüenza gane en ella. Me molesta que llegue a pensar eso de mí. Como si yo necesitara aprovecharme de una mujer inconsciente. Como si yo fuera capaz de semejante atrocidad.
—Anastasia, estabas casi en coma, la necrofilia no es lo mío. Me gusta que mis mujeres estén conscientes y receptivas— le digo de manera seca para seguir viendo cómo reacciona.

Me pide perdón. Ahora sí le sonrío.

De repente, algunas de las imágenes de la noche anterior vuelven a mi cabeza. Verla alcoholizada, con un poco más de desenfado de lo habitual. Haberla visto en un estado vergonzoso. Sé que tengo una jugada a mi favor, luego de haberla visto así. Me dan ganas de humillarla y de que se sienta un poco humillada al respecto. Me divierte la idea.

—Fue una noche muy divertida. Tardaré en olvidarla— le digo finalmente.

Me doy cuenta que le molesta que me ría de ella. Es una tontería, pero percibo que a ella no le gusta la situación.
Sin embargo, su reacción abrupta me sorprende.

—No tenías que seguirme la pista con ningún artilugio a lo James Bond—me dice, tratando de defenderse de mi risa. No es la reacción que esperaba. Tal vez, alcanza con que me diga gracias y se quede en silencio. Las mujeres pueden ser muy mal agradecidas a veces.

No dejo pasar su comentario desafortunado y le dejo en claro cuál es la situación:

—En primer lugar la tecnología para móviles está disponible en internet. En segundo lugar, mi empresa no invierte en ningún aparato de vigilancia, ni los fabrica. Y, en tercer lugar, si no hubiera ido a buscarte, seguramente te habrías despertado en la cama del fotógrafo, y, si no recuerdo mal, no estabas muy entusiasmada con sus métodos de cortejarte.

A ver qué respondes a esto, señorita Steele. Me mira risueña. Tal vez ahora comencemos a entendernos mejor.

—¿De qué crónica medieval te has escapado? Pareces un caballero andante.

De acuerdo, ha hecho una buena intervención. Ha sido graciosa y acertada. Pero sé que no lo soy y me preocupa lo que soy en realidad. No soy un príncipe azul, Anastasia, deja ya esas fantasías con respecto a mí.

—No lo creo, Anastasia. Un caballero oscuro, quizás— le digo, para que comience a entender la realidad.

Luego desvío la conversación y le pregunto si cenó. Esta niña tiene que cuidarse un poco mejor. Le advierto de la importancia de la comida para la ingesta de alcohol. Lo hago un poco amenazante, para que aprenda la lección.

Me pregunta si voy a seguir riñéndole. Niña descarada, ahí está, otra vez quejándose en lugar de manifestar agradecimiento. De repente, la mente se me nubla. Mi único deseo es castigarla. Quisiera darle los suficientes azotes como para que no pueda sentarse por semanas, Me imagino el momento y me pongo tenso de no poder hacerlo y tener tantas ganas de concretarlo al mismo tiempo.

—Tienes suerte de que solo te riña—le digo.

—¿Qué quieres decir?— me pregunta con un tono mezcla de ingenuidad y desafío.

—Bueno, si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte ni en una semana. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro.

Cierro los ojos porque las imágenes que pasan por mi cabeza creo que me van a volver loco. Me imagino sus nalgas coloradas, sus súplicas pidiéndome que deje de hacerlo, prometiendo que no volverá a suceder, que ya se portará bien.
Abro los ojos y la miro fijamente.

Fuente:  Fans de Grey

 

En la piel de Grey - Capítulo 2.5


Ahí está, entre los brazos de ese fotógrafo del tres al cuarto. Mi corazón se detiene por un instante, hasta que comprendo que no estoy ante el ardoroso encuentro de dos amantes. Ella está forcejeando, intentando quitárselo de encima presa de la torpeza el alcohol, y sólo entonces recupero el aliento, cada latido enviando oleadas de furia y adrenalina a todo mi cuerpo. Llego hasta ellos:

- ¡No, José! –Anastasia se revuelve, articulando a duras penas las palabras. No hace caso, y ella está demasiado débil como para hacerle frente.

- La señorita ha dicho no -me sorprende mi propia calma.

José se vuelve hacia mí y me mira atónito. Soy probablemente la última persona que esperaba ver. La última que querría ver. Pero aquí estoy, capullo. Aléjate. La suelta. Avanzo hacia él furioso, pero Anastasia empieza a vomitar. Ese cerdo se echa a un lado, asqueado, y al instante me olvido de él. ya no juegas, José. Ella me necesita.
La aparto de allí llevándola con cuidado al fondo del aparcamiento, a un sitio discreto protegiendo su intimidad de las miradas de sus compañeros. Sigue vomitando, pero yo estoy siento tranquilo: la he salvado de nuevo. He conseguido llegar a tiempo una vez más, y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que nada malo le suceda. Sin ser apenas consciente he tomado una determinación: serás mía, me encargaré de ti; si mi tranquilidad depende de tu bienestar, entonces yo me ocuparé de que estés a salvo.
Le sostengo el pelo con una mano y la frente con la otra hasta que parece que las arcadas han remitido. Eres preciosa, Ana, incluso así. Le ofrezco mi pañuelo.

- Lo siento mucho -dice retorciéndolo con aire avergonzado.

- ¿Y qué sientes, Anastasia? -porque yo me siento bien. Me siento fuerte frente a su debilidad, soy el caballero blanco (oscuro, grita mi conciencia) que ha venido a rescatarla, y puedo permitirme ser magnánimo ante su derrota.

- Estar mareada. Haberte llamado. Uf, es una lista interminable.

- Todos hemos pasado por esto alguna vez, aunque quizá de manera menos dramática. Es cuestión de límites, Anastasia. A mí me gusta traspasarlos, pero esto es demasiado. ¿Sueles hacer este tipo de cosas?

-Nunca me había emborrachado, y no me apetece nada repetir -murmura contrita.

He estado presente en su primera borrachera. Nunca dejará de recordar este día sin pensar también en mí. Mentalmente, me apunto un nuevo tanto. Anastasia intenta incorporarse del todo, pero se marea. Consigo agarrarla antes de que se caiga al suelo, su aliento apestando a vómito y margaritas, pero no me importa. Entre mis brazos está segura.

- Te llevaré a casa –digo con seguridad. No hay discusión.

- Kate…tengo que decírselo –joder con la señorita Kavanagh. ¿Es que Anastasia no puede salir del círculo que dibujan sus tentáculos?

- Mi hermano se lo dirá. Parece que han hecho buenas migas.

- ¿Cómo?

- Mi hermano Elliot está hablando con tu amiga. Estaba conmigo cuando recibí tu llamada.

Le sorprende saber que estoy en Pórtland de nuevo, de nuevo alojado en el Heathman. Ahora no hay tiempo para esto. Nos vamos.

- ¿Has traído bolso o chaqueta?

- Sí, pero por favor, Christian, Kate se preocupará, tengo que decírselo -el alcohol ha minado aún más su determinación, esa que parece que pierde cuando está cerca de mí.

- De acuerdo, si no hay más remedio… Mierda, Anastasia, ¿es que siempre tengo que ceder? Hasta borracha eres testaruda.

La cojo de la mano y volvemos al bar; prácticamente tiro de ella para mantenerla en movimiento, sus pasos pesados son demasiado lentos, y yo quiero terminar con este jodido trámite cuanto antes. El bar sigue atestado, y terriblemente ruidoso, pero al menos no hay ni rastro de José. Nos abrimos paso entre la multitud hasta llegar a la mesa que ocupaban sus amigos, pero Kate no está allí. Ahora que lo pienso, tampoco está Elliot. Conociendo a mi hermano, me temo lo peor. O lo mejor: parece que al menos uno de los Grey va a divertirse esta noche.
Anastasia se inclina para recoger sus cosas tras cruzar unas palabras con otro de los niñatos de su grupo, que me observa con una mezcla de temor y desaprobación.

- Kate está bailando -se acerca hacia mí alzando la voz por encima de la música.

Christian, paciencia. Más paciencia. Ya no me queda mucha, la verdad. Si vamos a seguir aquí un rato más, habrá que hacer algo con Anastasia. Se encuentra en un estado lamentable. La llevo a la barra de la mano y la obligo a beberse un gran vaso de agua.
¿Qué estás haciendo conmigo, Anastasia? No me reconozco. Estoy siguiéndote el juego, esforzándome por hacer las cosas a tu manera. No será hoy, pero sé que al final tendré mi recompensa.
La tomo de la mano una vez más, como si fuera una niña pequeña. Y lo es… necesita de mi protección. Me necesita a mí. Y ya que estamos aquí, creo que voy a disfrutar un poco. Nena, vas a bailar conmigo. Sonrío entre las luces de colores. Ella no quiere bailar, pero a mí no me importa.
La arrastro hacia la pista entre mis brazos, notando cómo sigue la cadencia de mis movimientos; su cuerpo responde al mío, o más bien lo obedece. Vaya, me estoy empezando a divertir. Y a excitar.Cruzamos la pista así, agarrados el uno al otro. Sí, Anastasia, sí, déjate llevar. Yo te sostengo. La aprieto contra mí, aún más fuerte. De pronto diviso a Elliot, que parece que se está divirtiendo con esa Kate. Dirijo nuestro baile hacia él, que deja que la rubia se frote contra su cuerpo en una suerte de danza hipnótica.

- Veo que no pierdes el tiempo, Elliot, querías admirar las bellezas de Portland y lo has conseguido.

- Desde aquí tengo las mejores vistas -ríe encantado de su propia ocurrencia señalando con la cabeza las caderas de Kate, que dibujan espirales al compás de la música. Tira de ella hasta que se acurruca zalamera entre sus brazos. No me gusta.

- ¿Es esta tu amiga misteriosa? Hola guapa, me llamo Elliot -le tiende la mano a Anastasia, que suelta mi mano para estrechársela.

- Anastasia, encantada –suficiente charla. Recupero su mano, y tiro de ella.

- Nosotros nos vamos Elliot, me imagino que tú te quedas.

- Dios sabe que sí, hermanito –arrastra a Kate hacia la barra y lanzándome un guiño cómplice, desaparece entre la multitud.

Ella es una más, una cualquiera rendida ante los encantos de mi hermano. Puedo notar el deseo en cada poro de su piel. No me sorprende, Elliot siempre ha tenido mucho éxito con el sexo opuesto, pero esto es demasiado. Sólo tiene ojos para él. No le importa su amiga, ni yo, ni lo que ha ocurrido. Me asquea. Pero se ha terminado, por fin, y me apresuro a sacar de allí a Anastasia.
De repente, antes de alcanzar la puerta, siento cómo se desploma entre mis brazos. ¡Mierda! Recorro a toda prisa la distancia que me separa del coche e introduzco a Anastasia con sumo cuidado en el asiento del copiloto. Le abrocho el cinturón y conduzco en dirección al Heathman. Está claro que no puedo dejarla sola, y menos con esa zorra que tiene por compañera de piso.
Es tarde, y no quiero despertar al personal. Este es un asunto privado y yo me ocuparé de todo. El portero de noche me abre la puerta mientras avanzo con una Anastasia todavía inconsciente en mis brazos. Impertérrito, se toca la gorra haciendo un ademán a modo de saludo, y nos franquea el paso. Anoto una propina mental.
Ya en mi suite, la tiendo en mi cama, la descalzo y le quito también esos horribles vaqueros que tanto le gustan y que, por lo que veo, ocultan unas piernas esculturales y bien torneadas. Las recorro tiernamente con la yema de mis dedos, pero sin un ápice de deseo. Ahora no. En este momento Anastasia sólo me inspira ternura; su indefensión y desamparo hacen que me sienta fuerte. De momento quiero que descanse, y ya habrá tiempo mañana para las reprimendas.
La tapo con el edredón, apago las luces y me siento en una butaca a vigilar su sueño. Es tan hermosa. Anastasia, prácticamente eres mía, aunque no seas consciente de ello. Lo deseas, lo sé, pero… ¿Aceptarás mis condiciones? ¿Firmarás el contrato? Por mucho que me duela, es una condición sine qua non, imprescindible para que pueda existir un nosotros.
Con la calma de saber que esta vez he salvado a la chica indefensa dejo que el sueño me venza. Esta vez sí, mami. Despierto en la misma posición, con todo el cuerpo entumecido. Intuyo que ha pasado casi toda la noche y una incipiente claridad, preludio del amanecer, se filtra entre los pliegues de las gruesas cortinas haciendo visibles los contornos de los muebles. Anastasia duerme plácida, respira profundamente presa del sueño pesado del alcohol. Coloco un par de analgésicos sobre su mesilla y observo sus pantalones doblados al pie de la cama. Debería tirarlos a la basura, pero creo que haré que los laven. Pero no saldrá del hotel con ellos puestos, Taylor se encargará de conseguirle algo de ropa nueva. Hoy empieza tu nueva vida, querida Ana. Una vida manejada a mi antojo. También ordenaré que le traigan un zumo de naranja, estoy seguro de que no se alimenta como es debido, y la vitamina C es lo mejor para la resaca.
Con un gesto muy sutil le retiro un mechón de pelo de la frente y susurro cuatro palabras:

-Descansa, mi pequeña Ana -creo que iré un rato al gimnasio.

Fuente:  Fans de Grey

 

En la piel de Grey - Capítulo 2.4



Llegamos al Keller Auditórium alrededor de las siete, listos para la ocasión: esmoquin, pajarita y perfume ligero. Es cierto que adoro a Donizetti pero ésa no es la razón por la que me he sumado al absurdo plan de Elliot. Además, el servicio de mensajería me ha confirmado que ha entregado el paquete con los libros en casa de Anastasia esta mañana, y estoy esperando alguna reacción por su parte. Elliot está radiante, y no para de hablar de la concesión de los astilleros en Nueva York. Brindamos a la salud de la operación con una copa de champán en el Martini Bar. Se siente triunfador, seguro de sí mismo, destilando feromonas. En pocos minutos su atención pasa de mí a un corrillo de mujeres que ríen tontamente sus gracias. Me alejo hacia un ventanal, dejando que se explaye, y miro la ciudad. En algún punto, en algún sitio a pocos kilómetros de aquí, está Anastasia.
Puntuales, las campanitas anuncian a las siete y veinticinco que debemos tomar nuestros asientos. Primera fila: Elliot sabe lo que se hace. Me hundo en el terciopelo rojo de mi butaca, esperando comprobar si realmente este montaje de Lucía de Lammermoor es tan espectacular como dice la crítica. Repasando el programa, descubro que el libreto está inspirado en una novela inglesa de finales del XIX. ¿Otra casualidad? No sólo todo gira en torno a Portland desde que apareció Anastasia en mi vida, sino que el círculo se cierra más. Apuesto a que ella conoce la obra original. Silencio mi Blackberry y compruebo los mensajes. Nada. La obertura y los jardines de Ravenswood me transportan a Escocia.
El tercer acto acaba en medio de una explosión de aplausos. Elliot aplaude ferozmente al grito de ¡Bravo! ¡Bravo! Es tan típico de él, llamar la atención, hacerse mirar.
- ¿Merecía o no la pena, hermanito?
- Gracias Elliot, realmente merecía la pena. Ha sido espectacular.
Los cantantes siguen todavía sobre el escenario, y enciendo disimuladamente mi Blackberry. Una luz roja indica que hay un mensaje.
*No quería nada especial. Sólo decirte que todo listo para el festival sostenible hijo. Gracias.*
Sólo eso, sólo un mensaje de mi padre. ¿Y Anastasia? Vamos, no puede ser. No sólo me replica, no sólo me cuestiona, sino que no me agradece el regalo? Es mucho más de lo que ella podría esperar. Tal vez debería enseñarle modales.
- ¿Vamos? –Elliot me indica el camino hacia la salida.

- Sí, claro.

- ¿Todo bien? Pareces preocupado.

- No, el trabajo, ya sabes.

- Ya claro, el gran empresario nunca descansa. Anda, ¿cenamos algo?

- ¿Te refieres a comida de verdad, o piensas dejarme tirado e ir detrás de cualquiera de tus nuevas fans? Has tenido una acogida espectacular en Oregón.

- Primero comida, y luego, ya veremos –me responde divertido. Sabe tan bien como yo que es poco probable que duerma solo esta noche.

- Conozco un japonés de primera categoría, pero no creo que pueda sentarme en un tatami con este traje. ¿Pasamos por el hotel a cambiarnos?

- ¡Japonés! Maravillosa elección. Vamos, yo también estoy deseando salir de esta pajarita.

Tras una breve parada en el Heathman para cambiarme de ropa, nos dirigimos al restaurante. Camisa blanca de lino, unos vaqueros y americana oscura. Después del rigor y la etiqueta de la ópera me siento más cómodo así. Al fin y al cabo, estamos en familia.
El japonés cumple todas mis expectativas. El teriyaki en su punto, y el onagi delicioso. Un agradable sopor me invade mientras me acomodo en el tatami, y el fragante aroma del sake invade mis sentidos. Me encuentro a gusto y relajado, y dejo que la charla insustancial de Elliot me envuelva, pero mi mente traicionera vuelve a ella una y otra vez. Anastasia, ¿qué estarás haciendo ahora?
- ¿Christian? -p­arpadeo. Elliot ha preguntado algo para lo que no tengo respuesta.

- Perdona, estaba distraído. ¿Qué decías?

- Vamos hermano, baja de las nubes… ¿tan aburrido me encuentras últimamente?

- No, Elliot, en absoluto. Estaba pensando en otra cosa. Continúa.

- Bueno, te estaba proponiendo que fuésemos a tomar una copa. ¡La noche es joven!

- Creo que no, pero gracias. Prefiero volver al hotel

- Pórtland está lleno de chicas guapas, y he oído que hoy celebran el fin de los exámenes. ¿Sabes cuántas universitarias hay en esta ciudad?

- Yo no, pero apuesto a que tienes una estadística completa.

- 27.329. Y la proporción de mujeres es del sesenta y siete por ciento.

- Eres incorregible -no puedo evitar una sonrisa.

- Lo que tú digas, pero muchas de ellas están ahora corriendo libres por la ciudad. Como quieras, hermanito, tú te lo pierdes. Vamos, te acompaño, ya tendré tiempo más tarde de admirar las bellezas de Portland.

Me lo dice con la boca mientras sus ojos siguen a un grupo de muchachas que salen del restaurante riendo entre ellas mientras nos miran. Ahora me alegro de haber cogido el coche para ir al restaurante. Estoy cansado y satisfecho, y le tiendo las llaves a Elliot pensando que, por primera vez en mucho tiempo, tengo ganas de meterme en la cama y dormir, darle a Anastasia esta noche de tregua antes de decidir si hago algún movimiento que le haga saber lo disgustado que estoy por no haber recibido ni media palabra de agradecimiento. Pero no voy a rendirme, no pienso quemar mis naves. Estoy en paz conmigo mismo y casi seguro de que esta vez dormiré sin sobresaltos. Sin pesadillas.
En el aparcamiento del Heathman siento vibrar mi Blackberry a través del bolsillo de mi americana. Sin dejar de andar hacia el ascensor que conduce al vestíbulo miro la pantalla. Es…

- ¿Anastasia?

Su voz pastosa me llega confusa en medio de un caos de sonidos. Música, conversaciones amortiguadas, entrechocar de vasos. Inmediatamente, una alarma se dispara en mi cerebro.
- Tienes una voz muy rara -le digo, preocupado.

Es más un pensamiento en voz alta. Ahora mismo estoy inquieto, había dado por perdida la batalla por hoy, y esta llamada es una victoria tan inesperada que por un instante no sé muy bien cómo reaccionar.
- No, tú… Tú eres el raro, no yo –se le traban las palabras.

¿Está borracha?

- ¿Has bebido, Anastasia?

- ¿Y a ti qué te importa? – Etílica, está etílica. Ahora lo sé.

- Tengo… curiosidad –tengo ganas de protegerte, de azotarte, de mantenerte segura, de castigarte por tu inconsciencia)- ¿Se puede saber dónde estás?

- Pues en un bar.

- ¿En cuál? -insisto.

Estoy fuera de mí. Anastasia. Sola. Borracha. En un bar. Siento bajar por mi garganta una bola de plomo, fría como el hielo, que se asienta pesada en mi estómago. Tengo que encontrarla, y cuanto antes mejor. Tengo que aprovechar esta oportunidad y el tiempo juega en mi contra. Pero con la tozudez y la osadía propias de los ignorantes y los borrachos Anastasia esquiva una y otra vez mis preguntas, y se niega a darme la dirección, siquiera el nombre, del antro donde se encuentra. Me cuelga el teléfono. ¡A mí!
Aturdido, miro a mi alrededor. Mis pasos me han guiado inconscientemente de vuelta hasta la puerta del coche. Desde el ascensor mi hermano me observa enarcando las cejas. Me había olvidado de él.
- ¿Dónde vas? ¿De qué iba todo esto?

- Cambio de planes, Elliot. Conduce tú, por favor, yo te daré las indicaciones. Necesito que me lleves a un bar –mecánicamente activo el rastreador de llamadas para localizar a Anastasia.- Sal del aparcamiento. Vamos…-el indicador se para- a un bar.

- ¿Un bar? ¿Tú? ¿Ahora? Vaya, vaya, Christian Grey, así que el rey del autocontrol también pierde los papeles de vez en cuando, ¿no? ¿Quién es ella?

- Es…una amiga. Creo que está en apuros. Vamos, no quiero perder el tiempo.

- ¿Pero aprovecharemos para tomar una copa, no?

- Calla y conduce. Aquí, gira a la izquierda.

Mi GPS ha tardado tan sólo unos segundos en localizar la llamada. Voy guiando a Elliot a través de la noche. Sé que no tardaremos mucho en llegar, apenas unos minutos; ya me siento más calmado, vuelvo a tomar las riendas. Estoy actuando para cambiar las cosas. Nunca me ha gustado ser un mero espectador. Sólo un pequeño detalle antes de verla: yo siempre tengo la última palabra. Marco su número en la Blackberry y me la acerco al oído mientras suena el tono de llamada.

- Hola -contesta.

- Estoy yendo a buscarte -cuelgo. Así está mejor.

Las indicaciones del navegador nos han llevado a un aparcamiento frente a un bar lleno de estudiantes borrachos y ruidosos. Bajo del coche antes de que pare del todo. El golpe de la puerta y mis propios pasos sobre el asfalto ahogan las palabras de Elliot. ¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde? ¿Por qué? ¡Joder Elliot, cállate ya! Estoy inquieto otra vez, ahora que sé que está tan cerca me come la ansiedad; siento que debo apresurarme. Jadeante, mi hermano me alcanza en la puerta del bar.
- ¡Joder, Christian, para un poco! ¿Dónde está el fuego?

- Por lo que yo sé, ahí dentro. Elliot, por favor, ya habrá tiempo para explicaciones, pero ahora tengo algo que hacer, ¿de acuerdo? Espérame en el coche o entra, no me importa, pero cállate.

Asiente con gravedad. Hace años que aprendió a no discutir conmigo. Al abrir la puerta una vaharada de alcohol, música estridente y el sudor y las feromonas de una marea de universitarios descontrolados me golpea el rostro. El bar está atestado, no va a ser tan fácil encontrarla. Por fin, en una mesa del fondo, observo un rostro conocido: la señorita Kavanagh, la amiga de Anastasia. Me acerco a ella, que levanta la mirada hacia mí, sorprendida.

- Señor Grey –tampoco ella se alegra mucho de verme.

- Buenas noches, señorita Kavanagh. Espero que esté disfrutando de la velada. Estoy buscando a la señorita Steele.

- ¿Por qué? -pregunta desafiante.

La misma Kate insolente de siempre. Respiro hondo y aprieto los dientes, utilizando hasta el último resquicio de autocontrol para contestar de la manera más educada posible. Es una batalla que gano a duras penas.

- Porque creo que puede tener problemas, y quiero asegurarme de que está bien.

Me taladra con la mirada y se produce una pausa eterna. Las conversaciones han cesado a nuestro alrededor, todos sus compañeros están pendientes de nosotros, y el ambiente se torna hostil por momentos.

- Está fuera, ha salido a tomar el aire. Creo que José ha ido tras ella.

¡José! Me giro sobre mis talones para salir del bar, tropezando con una de las sillas, que aparto de un empujón. Por el rabillo del ojo veo que la señorita Kavanagh se ha arrepentido de sus palabras y alarga un brazo hacia mí, con intención de detenerme. En ese momento mi hermano (¡bendito Elliot!) entra en su campo de visión, armado con una seductora sonrisa, y le dice algo al oído. Ella traslada su atención inmediatamente, como si el mundo a su alrededor se hubiera parado, y salgo por fin a la calle, apartando a empellones a todo el que se cruza en mi camino.

Fuente:  Fans de Grey

 

En la piel de Grey - Capítulo 2.3


Lanza una mirada libidinosa a Andrea. Estoy seguro de que sólo pasa por mi despacho para verla, es el único de mis empleados que no se dirige a mí por correo, o por teléfono. Andrea es realmente atractiva, como todas mis empleadas. Rubia, para evitar tentaciones. Regla número uno, nunca follarse al personal. La sola idea del sexo me enciende. Podría llamar de nuevo a Elena, concertar otra cita con una de las chicas, esta vez, con lencería. Cambiar la vara de sauce por un látigo enganchado a mi muñeca, que pueda soltar, descargar un golpe por cada pensamiento perturbador de la semana. Hacerle pagar mi desazón.
Pero no, el viernes estaré cerca de Anastasia. Puedo aguantar tres días más sin follar, cogerla con ganas cuando la vea, clavar mis dedos en su suave piel, sin preocuparme más de si esto le va a gustar o no. Le gustará, yo lo sé. Sé cómo llevar a una mujer a sus límites de placer, canalizar su dolor para obtener mi satisfacción. Morder ese labio brutalmente, no como lo hace ella.
- ¿Señor Grey?
- Sí, Andrea –la llamada de mi secretaria me saca de mis ensoñaciones. Estoy jodidamente empalmado.
- Su reunión con los taiwaneses es en cinco minutos. Tenemos lista la videoconferencia en la sala de reuniones.
- Gracias, en seguida voy –en cuanto mi entrepierna vuelva a su sitio.
Fin. Dejo caer tercer tomo de Tess sobre mi regazo. Mi despacho está en silencio, igual que el resto de la casa. Pensando en mi vida pasada descanso la vista sobre las luces que dibujan el perfil de Seattle a través de la ventana. Listo para enviar los libros, me acerco al archivador que guarda toda la vida de mis sumisas. Entre las fichas de las quince anteriores, está la suya. Anastasia Steele. ¿Llegarás, alguna vez a ser una de ellas? Mi entrepierna vuelve a calentarse. Compruebo que la cita de los hombres y el peligro siga bajo la cubierta del primer volumen, hablando por mí, y envuelvo los tres tomos de piel en papel marrón. Saco su ficha y copio la dirección que aparece.
- ¿Señora Jones?

- Sí, señor Grey.

- Por favor, déle a Taylor este paquete, que lo haga llegar a Portland. Lo antes posible.

- Por supuesto, señor Grey. La cena está lista.

- Gracias. En seguida voy.

Compruebo la agenda del día siguiente, tengo que dejar cerrados todos los asuntos de Seattle si quiero volar al atardecer. El viernes por la mañana me ha convocado el rector de la universidad para revisar juntos los resultados del programa de formación que financio. Tendré que avisar a Elliot.

*Lelliot, ¿Charlie Tango mañana?*

*¿Mañana? La ópera es el viernes, impaciente*

*Tengo asuntos que atender en la WSU*

*Gracias, yo tengo planes aquí J. Nos vemos el viernes*

*Te perderás un gran vuelo*

*¿Eso quieres decir que no vas a salir a navegar?*

Los jueves solía llevar a Mia a dar una vuelta en The Grace, a última hora de la tarde. Era nuestro rato pero, desde que se fue, lo cierto es que no he vuelto. Además, Mac está haciendo algunas reparaciones en el casco, que sufrió con las heladas del invierno.

*Habla con Mac, Don Juan. Dile que te de las llaves. Y ponte protección*

*Gracias hermanito*

No me extraña que mi familia piense que soy gay, la comparación con Elliot es terrible, no creo que quede una sola mujer en Seattle que no haya pasado por sus brazos y, ahora, por mi yate. Mi hermano nunca se ha andado con miramientos, y no parece importarle que sean relaciones de usar y tirar… Al fin y al cabo, no somos tan distintos.
Privado de la lectura favorita de Anastasia me recuesto en la cama sabiendo que el insomnio volverá a atacarme. Apago la luz y pongo The National en mi iPod, y dejo que su música me acompañe. Otro insomne, como yo, canta:

Este es un amor terrible, voy caminando con arañas.
Es un amor terrible, pero me lanzo a él.
En callada compañía.
Y no puedo dormir sin un poco de ayuda, necesito tiempo para asentar mis huesos temblorosos, para ahuyentar el pánico.
Hace falta un océano para no romperse.
Hace falta un océano para no romperse.
Hace falta un océano para no romperse.

¿Es eso lo que me pasa a mí? Miro el Pacífico a través de la ventana, pensando en Anastasia. En quién es el que puede romperse aquí. Ella, yo, o los dos. Poco a poco, el sueño me vence.
Cuando despierto, nubes grises cubren pesadas el skyline bajo mis pies. En días como hoy se desdibuja la línea que separa el océano del cielo, y resulta casi imposible saber qué hora es. Pero el tintineo de la vajilla en la cocina me hace suponer que deben ser las siete, y Gail está haciendo café. Mirar la ciudad desde aquí arriba me hace sentir poderoso. Tenía que llegar a lo más alto, y lo he conseguido. Ahora soy todo lo que nací para no ser.

Eres una mierda, puto enano. Apártate de mí. Sólo eres escoria, igual que tu madre. Escoria sucia.
Desde aquí, desde el último piso de La Escala, domino un océano. Mi último pensamiento de anoche se apodera de nuevo de mí. ¿Es necesario un océano para no romperse? ¿Un océano, entre mi madre y yo, nos habría salvado? ¿Entre mi madre drogadicta y el cabrón que la mató? Alcanzo con los ojos ese horizonte indefinido. No Christian. Tú no eres de los que se rompen.
En la oficina Andrea me espera, agenda en mano.

- ¿Algún cambio, Andrea?

- Buenos días, señor Grey. Sí, Claude acaba de pasar por aquí para cancelar la partida de golf. Dice que acabará lloviendo esta mañana.

Cómo no, Claude se las ha ingeniado para volver a ver a Andrea. Empiezo a pensar que no es mi estado de forma lo que le preocupa, pese al suculento sueldo que le pago.
- De acuerdo. ¿Algo más?

- Le he reenviado un par de mensajes que debería contestar personalmente. Uno es del rector de la WSU para confirmar la cita de mañana, y enviarle un borrador con los temas a tratar en su discurso en la entrega de diplomas.

- Perfecto, ahora me ocupo.

- El otro es de Sarah Holter. Como me pidió, cancelé todas sus citas en la ciudad para el fin de semana. Llamé para informar de que no asistirá a la inauguración del sábado y quieren saber si va a mandar un representante al pabellón del GEH.

- ¿De quién? ¿Qué inauguración? ¿Qué pabellón?

- Sarah Holter, la jefa de comunicaciones del Seattle Green Fest, la feria de la sostenibilidad. Se celebra este fin de semana. ¿Recuerda? Carrick insitió mucho en que participásemos.

- Ah, aquel embrollo en el que me metió mi padre. Empiezo a cansarme de utilizar el nombre de mi empresa para apoyar a sus amigos en sus aspiraciones políticas. ¿De quién se trata, esta vez?

- El candidato Roberts, señor.

- Está bien, hablaré con mi padre. Que vaya él. Gracias, Andrea.

Recojo de su mesa el correo y me dispongo a lidiar con mi padre. Él me metió en esto, que él se ocupe. No sé quién es Roberts, y ni siquiera por quién se presenta. A duras penas me afectan las decisiones que toman los políticos en esta ciudad, más allá de los tediosos actos a los que me invitan buscando ganarse mi simpatía. Es decir, mi dinero. Estoy seguro de que Carrick no tendrá ningún inconveniente en ponerse una chaqueta de lana sostenible, unos zapatos con suela de caucho sostenible, y hacerse una foto con su sonrisa sostenible delante de un cartel con el logotipo del Grey Enterprise Holding dándole la mano a Rommer. Rogers. Roberts. Como se llame.
Poco después de las cinco he terminado con esta jornada tediosa, y por fin puedo poner rumbo a Portland, si el clima lo permite. Bastille tenía razón, sigue lloviendo, y no parece que vaya a parar.

- Taylor, voy a necesitar a Charlie Tango esta noche. ¿Puedes llamar a Sea-Tac y pedir una previsión? Saldré sobre las siete.

- Por supuesto, señor Grey.

A pesar de que los vientos fuertes son raros en esta época del año la lluvia azota con fuerza los cristales. Desde la ventana, a través de la niebla, se distinguen las cimas de las montañas Olympic, que todavía tienen algo de nieve. Mi Blackberry vibra.
- Grey.

- Señor Gray, Taylor. Sin problemas.

- Perfecto. Recójame en media hora. Cargue mi equipaje, y dígale a Gail que necesitaré el esmoquin, voy a ir a la ópera.

Exactamente a las siete cierro la puerta de la cabina del helicóptero. El sol empieza a caer y con los últimos rayos se va disipando la niebla, tal y como me habían informado. Enciendo los motores, me coloco el arnés y los cascos listo para comunicarme con la torre de control. Tan mecánicamente como tomo los mandos, pido permiso para despegar.

- Aeropuerto de Portland, aquí Charlie Tango Golf-Golf Echo Hotel, listo para despegar. Espero confirmación. Cambio.

- Aquí aeropuerto de Portland. Adelante, Charlie Tango. Proceda por uno-cuatro-mil, dirección cero-uno-cero. Cambio.

- Recibido aeropuerto

. Corto.

Suave como una pluma me elevo por encima de La Escala, haciendo aún mayor mi sensación de libertad. La soledad del cielo, el silencio a mi alrededor, el mundo, tan grande a mi alrededor y tan pequeño a mis pies… Adoro volar.
Eres un mierda, niñato. Te pudrirás de rodillas igual que tu madre.
La entrevista con el rector me ocupa toda la mañana y al salir, paseo por el campus, buscando inútilmente a Anastasia entre los estudiantes que salen lanzando al aire sus libros. Yo nunca encajé en este ambiente, y no lo hago ahora tampoco. Nunca llegué a graduarme y, viendo el alboroto a mi alrededor, encuentro otro motivo más para alegrarme de haber abandonado los estudios. Me siento incómodo, y ella no está, mejor vuelvo al hotel hasta que llegue Elliot.

Fuente:  Fans de Grey

 

martes, 26 de mayo de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 2.2

Al terminar el pato he acabado con mi historia, y la noche ha caído sobre el lago. Elena ha escuchado mi historia sin opinar, y trocea en silencio el postre, la vista perdida en la oscuridad del agua.
- Christian, esto tenía que pasar, antes o después. Ya no eres el niño que buscaba pelea en el colegio para justificar su necesidad de expresarse a golpes… -su cucharita dibuja círculos con el sirope que decora el pastel.– No te niegues la oportunidad de intentar perseguir tus instintos. Nunca lo has hecho. Y hasta ahora, te ha ido francamente bien.
- No sé nada de ella, Elena.
- Estoy segura de que Welch y Hendersson se han ocupado de eso por ti.
- No me refiero a eso. Tendrías que haberla visto, diminuta, en ese disfraz de monja frustrada… Estoy seguro de que la única fusta que ha conocido en su vida es la de Alec D’Urberville.
- ¿De quién? – Pregunta, confundida.
- Un personaje de una novela, es igual.
- No he conocido a muchas mujeres capaces de resistirse a sus encantos, señor Grey.
Como para corroborar sus palabras una camarera se acerca y deposita torpemente la cuenta sobre la mesa, musitando una disculpa.
- ¿Lo ves? Todas tiemblan por ti. Deberías acercarte a esa joven.
- Flynn me ha dicho lo mismo.
- ¿Entonces? ¿Qué te frena?
- Estoy desconcertado Elena, éste es un Christian al que no conozco.
- Es un Christian radiante, sea como sea –me sonríe vencida mientras se levanta-. Debo irme, es tarde.
Pago la cuenta y acompaño a la señora Robinson a su coche.
- Gracias por la velada Elena. Ha sido un placer.
- Gracias a ti, querido. – Elena se despide con un elegante gesto de muñeca, haciendo tintinear las llaves que le ha dado el aparcacoches.
Él está en la cocina, grita. Dice que soy sucio. Tengo miedo, mucho miedo. Mami también está sucia, está manchada. Como yo. Él se va. Cierra la puerta tan fuerte que me asusta. ¿Tú también tienes miedo, mami? Mami. ¡Mami! Lloro para que mami me haga caso, pero no me oye. Está dormida y en la casa no se oye nada. Está tumbada en el suelo y me acerco a su cara. Se la tapa el pelo, y se lo aparto. Entonces dos ojos azules enormes me miran. Pero mami tiene los ojos grises, como yo.
Me despierto en medio de un charco de sudor, con el corazón latiéndome a mil por hora, luchando por salir de mi pecho. Me froto la cara intentando apartar el terrible sueño que acabo de tener. Eran los ojos de Anastasia en la cara de mi madre, de mi madre muerta. Era Anastasia muerta.
Todavía es de noche pero no quiero dormir más, no puedo soportarlo. Me pongo la ropa del gimnasio y me someto a una hora de ejercicios para tratar de alejar los fantasmas. ¿Cómo voy a enfrentarme a esto? En la ducha, el agua resuena contra las paredes del baño de mármol confundiéndose con el eco de mi llanto infantil. Dios mío, no puedo salir de esta pesadilla.
- Buenos días Taylor.
- Señor Grey.
- Vamos a la Oficina para los Derechos Civiles, tengo una reunión.
- De acuerdo, señor Grey.
En el coche reviso el dossier que me ha enviado Sam. El referéndum del mes de enero tuvo como resultado un apabullante apoyo a la independencia de Sudán del Sur, y no está claro cómo puede afectar eso a nuestros planes para apoyar a la población civil de Darfur. Las sequías de principios de los 2000 empujaron a los pueblos nómadas del norte a buscar pastos frescos más al sur, y las tensiones siguen aumentando, en medio del caos de una guerra civil no resuelta. Los dos buques que enviamos hace un mes siguen fondeados en el Mar Rojo a la espera de obtener los permisos para atracar en el puerto de Sudán y hacer que llegue a los campos de refugiados. El resto, los proyectos para implantar la tecnología que hemos desarrollado para potenciar la agricultura, están totalmente parados. Pero lo primero es lo primero: tenemos que hacer que la comida llegue a los campos antes de que más niños inocentes mueran.
Saco mi Blackberry del bolsillo. Si ha quedado algo claro en la reunión es que no podemos esperar que desde aquí hagan nada para proteger el cargamento. ¿Cómo es posible?
De: Christian Grey
Para: Luke Sawyer
Fecha: 18 de mayo de 2011 14:50
Asunto: ¿Seguridad privada en Sudán?
Sawyer, necesito un contacto en Egipto, seguridad privada para acompañar los dos buques desde el paso norte del Canal de Suez hasta el puerto de Sudán.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
Repaso la lista de mensajes que Andrea me ha derivado desde la oficina. Taiwán, Darfur, Sudán, Darfur, Darfur, ¡Mia!
De: Mia Grey
Para: Christian Grey
Fecha: 18 de mayo de 2011 14:20
Asunto: Cher frère
¡Christian! ¿Cómo estás, hermanito? Hace días que no sé nada de ti. Te perdono porque vuelvo en seguida a casa, y les he pedido a papá y mamá que organicen una gran cena de bienvenida. ¡Estoy como loca por veros! ¿Alguna novedad?
Millones y millones de besos,
Mia
De: Christian Grey
Para: Mia Grey
Fecha: 18 de mayo de 2011 14:55

Asunto: Sœur chérie

¡Hola! Ninguna novedad remarcable, Mia. Ya sabes que vivo para trabajar y, desde que no tengo una hermanita pequeña de la que ocuparme, mis esfuerzos por ayudar a los niños en Darfur se han duplicado. ¡Espero que no se resientan con tu vuelta!
Por supuesto, cuenta conmigo para tu gran cena. No me perdería todas las aventuras que tengas que contar por nada del mundo. Cuídate mucho hasta entonces, no me hagas enfadar :-D.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
De: Mia Grey
Para: Christian Grey
Fecha: 18 de mayo de 2011 15:03
Asunto: bien sûr
Por supuesto, no tienes nada de lo que preocuparte. Los franceses hacen gala de su fama: son tremendamente educados, galantes y respetuosos.
Mia xxx
Mia es tan encantadora… Y tan pícara. Sé perfectamente que con lo de “alguna novedad remarcable” se refería a mis novias. Las que no tengo y en mi familia tanto interés despiertan. Nunca lo dicen, pero piensan que soy homosexual, y nunca he hecho nada por sacarles de su error. Para el tipo de vida que llevo, es casi lo mejor. Y no deben de ser los únicos en pensarlo, en la lista de preguntas de la señorita Kavanagh estaba la insolente pregunta. ¿Cómo pudo pensar que estaba bien enfrentarse así a una persona como yo? Un azote a tiempo habría cortado sus impertinencias. Lo siento Mia, no tengo ninguna novedad que ofrecerte.
Paso el resto de la tarde en el despacho apagando fuegos, siempre que no paso por la oficina un día entero se nota, y tengo trabajo acumulado. Mañana será otro día, me voy. Recojo mis cosas y llamo a Taylor. Por un momento me siento tentado de pasar por el salón, pero después de la mala experiencia del otro día, prefiero volver a casa y enfrascarme en la lectura de Tess. Así podré terminarlo a tiempo para que le llegue a Anastasia el viernes.
A media mañana Andrea llama con los nudillos a mi despacho.
- Adelante.
- Señor Grey, Claude Bastille está aquí.
- Hazle pasar. Gracias, Andrea.
Mierda, lo había olvidado. La semana pasada le prometí una mañana de golf.
- Grey, creo que me debes unos hoyos.
- Lo siento Claude, he estado terriblemente ocupado.
- Espero que tu agilidad no se resienta, el viernes tenemos combate –se permite recordarme.
- Eh, sí, el viernes… No va a poder ser Claude, Elliot ha cerrado un buen negocio en Nueva York y vamos a la ópera a celebrarlo, a Portland. Mucho me temo que estaré fuera desde el jueves por la tarde.
- Grey, se está dejando. Aunque mantiene el buen aspecto de siempre, apuesto a que al resto de mis clientes les gustaría saber qué arma secreta aplico con usted.
- Se llama disciplina, Bastille. No pasa un día sin que pase por el gimnasio –sonrío. Lo sabe, no es necesario que se lo diga.
- Está bien. ¿Golf, mañana, a las 09:30?
- En el Golf Club. Allí estaré.

Fuente:  Fans de Grey

 

En la piel de Grey - Capítulo 2.1


De puertas para afuera sí, todo es igual que siempre, pero esta vez temo que me estoy engañando a mí mismo. Casi me sonrojo al confesar que quiero protegerla.
- El otro día casi la atropella un ciclista y yo… la idea de que le hicieran daño me resultó insoportable. Anastasia es tan frágil, tan vulnerable. Sabe, fue como uno de esos sueños que me torturan a veces, en los que vuelvo a ver a mi madre, inconsciente, y yo no puedo hacer nada. Yo ni siquiera sé qué hacer. Y sólo siento… hambre. Sólo recuerdo el hambre. No haber odiado a aquel hijo de puta que rompió su vida, o a ella por no haber sido nunca, nunca, una buena madre. Recuerdo el hambre.
El Dr. Flynn, con la misma voz pausada de siempre, me aconseja que profundice en mis sentimientos, que no escape de ellos. Que pruebe, por una vez, a obtener algo distinto de las mujeres. Pero, ¿cómo? Soy Christian Grey, no tengo novias, no dejo que nadie me tutee, que nadie se acerque a mí, que nadie me toque.
- ¿Qué siente cuando está frente a ella?
El doctor sabe dónde apretar. Con dificultad, le digo que siento tantas ganas de abrazarla como de ponerla de rodillas frente a mí, de acariciar su labio inferior como de atar sus manos con una cuerda de rafia, tantas de cruzar Lake Union en lancha como de amordazarla inmovilizada en un aspa de madera y penetrarla amordazada para que sepa quién está al mando.
Cuando la sesión acaba me siento casi más confundido que cuando entré. Una parte de mí quería que el doctor me dijera sal, vete, huye. Esto no es para ti. Y, sin embargo, me ha dicho todo lo contrario.
- Muy buen trabajo, señor Grey. Esa chica ha abierto una puerta a la oscuridad. No la cierre: mire dentro. Sin miedo. Todo lo que queda allí son fantasmas, no pueden hacerle daño. Enfréntelos, búsquelos, mírelos a la cara.
Taylor me espera abajo, de pie, frente al R8.

- Llévame a casa Taylor, hoy no voy a ir a la oficina.

- Por supuesto, señor Grey.

Rara vez hago caso de los consejos de mi terapeuta, pero no me siento con fuerzas de enfrentarme a los dos malditos buques que tengo que hacer llegar a Sudán y, además, Sam y Ross están en ello. Mi Blackberry vuelve a sonar.
*No me has contestado. Elena x*

*¿Cenamos esta noche? Christian x*

*En Canlis, a las 20.00. Elena x*

Paso la tarde enfrascado en la lectura de Tess como si así el mundo de Anastasia me perteneciera un poco. En el iPod se repite una y otra vez una canción de The National:

El dolor me encontró cuando era joven.
El dolor esperó, el dolor ganó.
Parece escrita para mí.
No dejes mi corazón en el agua.
Cúbreme con trapos y huesos, simpatía.
Porque no quiero olvidarte.

Recuerdo la promesa que me hice a mí mismo al salir de Clayton el sábado por la mañana. Si Anastasia no llama antes de las diez, déjalo estar Christian. Vuelve a la vida que conoces. Pero Anastasia llamó. Sus enormes ojos azules no me han abandonado y una semana después me descubro incapaz de azotar a una sumisa sin desear que la piel que irrito sea la suya.
Escapo de casa antes de lo necesario para llegar a mi cita con Elena. Canlis tiene una vista preciosa sobre el lago y al llegar el maitre me reconoce.

- Buenas noches, señor Grey. Es un placer verle por aquí de nuevo –con un gesto me indica el reservado que nos han asignado. – ¿Desea beber su vino de siempre?

- Por favor.

Elena llega casi inmediatamente. Los años no pasan por ella, y lo sabe. Capta mi aprobación y me besa ligeramente en la mejilla mientras se ajusta el vuelo de la falda.

- Lake Union al atardecer… Sería bonito poseer un sitio como este.

- Podrías haberlo tenido, Elena, pero escogiste el salón de belleza.

- Siempre he sido más aficionada al culto al cuerpo que al del estómago, querido. De todas formas, ir contigo a los sitios causa siempre el mismo efecto: te hace sentir el dueño del mundo. ¿Cómo estás?

El maitre trae otra copa para ella, y brindamos en silencio examinando la carta. Canlis es famoso por haber renovado la cocina del noroeste. Desde que abrieron, en 1950, seis generaciones de cocineros han pasado por aquí convirtiendo los sabores tradicionales en emulsiones explosivas, presentaciones delicadas, y el toque libanés de la madre del primer Peter Canlis.

- Tomaremos gazpacho de melocotón y pato Muscovy.

- Excelente elección, señor Grey. En marcha.

Elena y yo hemos pasado por tantas cosas juntos que, paradójicamente, a veces es complicado empezar una conversación. La primera vez que me abofeteó, en el patio trasero de su casa, yo era sólo un muchacho perdido en mi propia maldad.

- Aún no has contestado a mi pregunta. ¿Tengo que refinar la búsqueda de personal, o ha sido de tu gusto?

- Sabes de sobra que dirigir el salón es una de las cosas que mejor haces, Elena. Eres una estupenda… gestora–mi provocación provoca como respuesta una coqueta caída de pestañas. –Sin embargo, llegó tarde. Y apostaría a que sus bragas eran las con las que llevaba a pastar a las cabras en la granja de papá y mamá. Te envié a Caroline Acton para algo más que para elegir el color de los delantales, por el amor de Dios.

- Apuesto a que le diste una buena reprimenda.

- Si apostaras, ganarías. Recibió lo suyo, lo mío, y lo de la vara de sauce. Ni que decir tiene que terminó amarrada a la red.

El gazpacho llega, y nos dedicamos a él en silencio. Realmente, los Canlis saben cómo conquistar un paladar.
- ¿En qué piensas? –rompe el silencio tan inquisitiva como siempre. – Estoy segura de que no me has hecho venir a cenar para decirme que tu sumisa ha llegado tarde y con unas bragas de droguería de pueblo.

- Pienso en el patio trasero, y en el contenedor de escombros –digo con una sonrisa pícara.

- Oh, Christian, y míranos ahora. – Su rodilla roza la mía.

Me aparto bruscamente. No Elena, hace años que no somos esos. Además, hay algo que quiero contarte.

- Sí, míranos ahora –mi tono es apenas audible.

- ¿Qué ocurre, querido?

- Elena, creo que he conocido a alguien.

- ¡Por fin! Hace dos meses que Susannah no pasa por tu cuarto de juegos, ya era hora de reemplazarla. ¿Se trata de la granjera? Nunca pensé que pasarías por encima de unas bragas de algodón, pero parece que la cabrera tiene algo –sintiendo que el mérito es suyo vuelve a tocar mi pierna con la suya.

- No, en absoluto. No se trata de ella. Es una mujer, es… otra cosa.

- ¿Qué quieres decir? –su pregunta no puede ocultar que lo ha entendido, se acabó el contacto, y la que retira bruscamente la pierna es ella esta vez.

- Es muy joven, y claramente de otro mundo. De otro planeta, de otra galaxia.

- Oh vamos Christian, no seas tan misterioso –suena ansiosa.

- Verás –apuro la copa de vino haciendo un gesto a un camarero que no nos quita la vista de encima.

 – Traiga la botella, por favor. Verás, el martes tenía una estúpida entrevista con una estudiante de último año de la universidad. Ya sabes que patrocino un programa de ciencias, y el periódico de la WSU quería publicar un artículo sobre mí antes de la entrega de diplomas de graduación, la semana próxima.
 
Elena parece no entender por dónde voy a ir pero me escucha pacientemente. Siempre, desde que cambiaron los términos de nuestra relación, lo hacho. Aceptó ser mi amiga. Rellena nuestras copas y me devuelve su atención.
 
- La chica que tenía que hacerme la entrevista estaba indispuesta, y en su lugar mandó a su compañera de piso. Yo estaba furioso porque me disgusta profundamente perder el tiempo con estupideces así, pero tenía un compromiso previo con el padre de la aprendiz de periodista, y accedí –doy un sorbo al fresco vino y aprovecho la pausa para decidir cuánto le quiero contar. – El caso es que una muchacha torpísima hizo una entrada triunfal en mi despacho: tropezó con la alfombra y cayó de bruces frente a mí. En ese momento pensé que eso es lo que pasa cuando uno trata con aficionados.
 
Sonríe, divertida.
 
- Oh Christian, no deberías ser tan arisco. Vamos, dispones de un imperio y patrocinas el veinticinco por cien de las actividades que llevan a cabo la universidad. Tendrías que haber sabido cuando firmaste la donación que la relación con los universitarios era parte del trato.
 
- Simplemente, no se me ocurrió. En fin, el caso es que la entrevista no hizo más que empeorar, y mi mal humor iba creciendo a medida que la joven me hacía preguntas estúpidas que grababa en un aparato de la edad media. A cada pregunta estúpida, una respuesta mecánica. A cada pregunta incómoda, un castigo posible.
 
- Espero que fuera guapa, por lo menos.
 
- Era la chica peor vestida que te puedas imaginar. Pero su cuerpo es sencillamente perfecto: piernas duras, pechos turgentes, una boca que, joder, habría dado cualquier cosa por follarme ahí mismo…
 
Una punzada de celos levanta las defensas de Elena, que se yergue en la silla.
 
- Elena, al terminar la entrevista, no quería que se fuera. Y eso que el colofón final fue la pregunta del millón: ¿Es usted gay? –intento imitar el tono atónito de Anastasia al decirlo para rebajar el nivel de la confesión que acababa de hacerle– Pobrecilla, su amiga escribió el cuestionario y ella ni siquiera lo había leído.
 
- Oh, Christian, esto es de lo más divertido –mi acompañante se retuerce de risa en su silla.

Esto es nuevo para nosotros, es de hecho, nuevo para mí. Nunca había estado tentado de poseer a una mujer fuera del plano estrictamente sexual, nunca con emociones involucradas y, por tanto, es la primera vez que le hablo a Elena de ello. He pensado muchas veces en la relación que mantuvimos, en cómo la entonces señora Lincoln canalizó el mal que yo sentía dentro haciéndome creer merecedor de todos los daños. Y cómo eso me alivió. Entonces yo tenía sólo quince años y, hasta ahora, no he conocido otro tipo de relación que no sea el de dominante – dominado. Y desde Elena, nunca me he dejado dominar. Pero Anastasia me domina sin proponérselo, y eso es tan excitante como frustrante.

Fuente:  Fans de Grey

 

lunes, 25 de mayo de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 1.4

 


Tendré que hablar con ella. Hace tiempo que dejó de ser mi Ama y aún así, de vez en cuando se toma la libertad de disponer de mi voluntad, estirándola un poco, apenas nueve minutos. Es su forma de mantenerme cerca y de controlar, si no es ella la que comparte las prácticas conmigo, con quién y cuando lo hago. Pero ya pensaré en esto más tarde, ahora tengo una sumisa tardona a la que castigar.
- Llegas tarde.
- Lo siento, señor Grey.
- ¡Cállate!
No merece más charla, no me interesa ni su nombre, ni sus motivos para llegar tarde. Enfurecido, cambio los pañuelos de seda por unas esposas. Me agacho hacia ella y bruscamente las ciño alrededor de sus muñecas. Mi sumisa ahoga un gemido. Están muy apretadas, lo sé, pero has llegado tarde, y no voy a tener contemplaciones. Agarro firmemente su trenza y tiro de ella.
- Anda, ahora. ¡Muévete!
La arrastro hacia el interior del cuarto de juegos. Sus pies no responden del todo a mis tirones, lo que me hace enfadar aún más.
- Ah -dice al tropezar.
- ¡Silencio! ¡No te he dado permiso para que hables!
- Lo siento, Amo.
- ¡SILENCIO!
Al llegar al centro de la habitación suelto a mi sumisa, que torpemente se cae, las manos esposadas frente a la cara. La vara de sauce empieza a antojárseme poca cosa para castigar su rebeldía, pero es la primera vez que nos vemos… Por hoy, seré indulgente.
- Llevo todo el día esperando este momento. Y tú, vas a saciarme. Tú harás todo lo que yo te diga. Tú obedecerás.
- Sí, Amo.
- Levanta la cabeza. Mírame.
La sumisa obedece. Intento reproducir aquella escena: Anastasia, en el suelo de mi despacho, caída frente a mí. Sí, así es, es perfecto. La misma mirada asustada. Pero esta vez no voy a levantarla del suelo. Todo lo que no te hice, Anastasia, lo voy a hacer ahora mismo. Recorro con la punta de la vara la línea de su espalda, hasta que queda enganchada en el elástico de sus bragas. Tiro de él, dejando al descubierto sus nalgas. La vara restalla por primera vez. El juego empieza.
- No te muevas -ordeno.
Necesito unos momentos para meterme en mi papel, para dejar de pensar, de comparar, y centrarme sólo en su cuerpo. Está desnuda, dándome la espalda, la marca de la vara de sauce difuminándose en su culo. Respiro hondo, observándola. Sé que tiene miedo. Eso me gusta. Hace bien en tenerlo, ya que ha conseguido enfurecerme, y ahora tendrá que pagar por ello.
No tengo que andarme con miramientos; Elena sabe que todas mis sumisas, aun las ocasionales, deben pasar estrictos controles de calidad. No conozco el nombre de esta chica, tal vez nunca lo haga, pero estoy plenamente convencido de que está sana, que toma la píldora, y que sabe a lo que ha venido. Estoy listo. Ya puedo dejarme ir.
Me acerco a ella por detrás, desnudo. Noto cómo mi aliento mueve la fina pelusa de su nuca por debajo de la trenza mientras, casi delicadamente, le quito las esposas. Ella tiembla imperceptiblemente con lo que adivino una mezcla de temor y expectación. Mi pene, erecto, roza su culo en el proceso. No puede evitar un ligero gemido.
No es mi intención dejarla libre, por supuesto, pero para lo que tengo en mente es necesario otro tipo de sujeción. Me inclino por unos brazaletes metálicos que tienen unas aberturas para pasar por ellos unas cadenas, dejando así a la sumisa sin libertad para moverse, ya que los tirones y forcejeos no hacen más que hundir el metal en la carne, apretándolo más.
Pero ella no se resiste. Supongo que esta no es su primera vez, y yo lo prefiero así al menos en esta ocasión. Me agacho para ajustarle los brazaletes de los tobillos y al incorporarme su sexo queda a la altura de mi cara. Tironeo suavemente de sus labios oscuros que contrastan con la blancura casi enfermiza de su piel. Me gusta tenerlas así, entregadas. He colocado las cadenas de tal manera que la obligan a arquearse, los brazos por encima de la cabeza y los pechos ofrecidos, como frutas maduras a la espera de ser recogidas. Los abarco con las manos, acariciándolos. Empujo uno contra otro y lamo sus pezones, casi juntos. Otro gemido. Acto seguido los aprieto entre el pulgar y el índice de cada mano, primero de forma suave y después con más fuerza, retorciéndolos. Esta vez exhala un grito de dolor, que hiere mis tímpanos. Me levanto lentamente y cambio de posición las cadenas, dejándola totalmente expuesta, brazos y piernas abiertos formando un aspa.
Recurro de nuevo a la vara de sauce. Esta vez los azotes son para castigarla, y lo hago de forma fría, calculada. Un varazo, en la zona de los riñones. Exactamente cuatro segundos después, en la cúspide del dolor, otro varazo en lo que observo con satisfacción que es el mismo punto. Cuatro segundos más. Otro varazo. La he azotado cinco veces, las suficientes para no romper su piel, y para evitar un entumecimiento que restaría eficacia a mi castigo. Como siempre, he sido meticuloso y las cinco marcas se convierten en una sola salvo para el ojo experto.
Y esta vez sus gritos han sido música para mis oídos, con un jadeo suelto la vara y la poseo salvajemente, agarrando de nuevo sus pechos desde atrás y encajando las rodillas en sus corvas. No se lo esperaba. Mis embestidas son frenéticas, bestiales, y ella no puede hacer nada por evitarlas. Siento crecer dentro de mí un orgasmo violento y catártico que me deja débil y exhausto, y durante unos instantes me quedo así, desmadejado y flácido dentro de ella.
Comienzo a trabajar su propio placer, y mi lengua recorre su espalda, deteniéndose para lamer con más suavidad las lesiones provocadas por su osadía. Acaricio sus piernas, aflojo las cadenas que la mantienen en tensión y masajeo sus hombros doloridos. Con un dedo bajo su barbilla le alzo la cara por un instante, y en silencio enjugo de su mejilla una solitaria lágrima mientras una mano exploratoria se adentra en su sexo. Froto su clítoris con mi pulgar y ella se humedece. Introduzco primero uno y luego dos dedos por su vagina, y un tercero en su ano. Los muevo como queriendo juntarlos entre sí a través de esa fina barrera de carne que los separa, y siento cómo su placer crece y se hincha a medida que mi mano experta manipula sus zonas erógenas.
Su orgasmo aun escurriéndose entre mis dedos, su boca húmeda y lasciva…. La empujo hacia abajo e introduzco mi pene entre sus labios, follando su boca, notando cómo mi glande choca contra su paladar. La uso durante más de media hora y retengo su cabeza contra mi vientre en el momento culmen, cuando más vulnerable estoy. No soporto que me miren.
La despojo del resto de las cadenas y de los brazaletes, y la tumbo en el suelo antes de irme. Al salir de la habitación una voz anhelante me detiene por un segundo:
-¿Volveré a verte, Amo? –dejo que el silencio responda y cierro la puerta sin ruido.
La aguja de Seattle resplandece bajo la luz de la luna cuando regreso a mi habitación. Sobre la mesilla de noche está el paquete que Morgan ha conseguido para mí, Taylor ha debido traerlo de mi despacho. Me siento tentado de abrirlo pero necesito una ducha antes. No quiero ensuciar el regalo de Anastasia. El agua cae sobre mi cuerpo y cierro los ojos, levantando la cara hacia la cascada tibia y reconfortante. Las imágenes de la noche se agolpan en mi mente. La chica de Kansas en el suelo, retorciéndose con cada uno de mis golpes, el sonido de la tela de su ropa interior al rasgarse, el chasquido metálico de las esposas en su lucha inútil por liberar sus muñecas… Y Anastasia, que aparecía tan viva como cuando me hablaba de sus libros. Abro los ojos, desconcertado. Sé perfectamente que las sumisas son meras actrices, cuya identidad real no me importa. Y, sin embargo, mientras penetraba a aquella granjera, era Anastasia la que me encendía.
Renovado y confundido vuelvo a mi habitación y ahora sí, abro el paquete. Los tres volúmenes de Tess, la de los D’Urberville, se convierten en la fórmula perfecta para pasar otra noche de insomnio. Su historia me hace pensar en ella, en nosotros. La joven e inocente muchacha corrompida contra su voluntad. Un pasaje llama especialmente mi atención:
¿Por qué no me dijiste que era peligroso? ¿Por qué no me lo advertiste?
Las mujeres saben de lo que tienen que protegerse, porque leen novelas que les cuentan cómo hacerlo…
Esto es exactamente lo que habría querido decirle a Anastasia cuando la sostenía entre mis brazos, después de que el ciclista estuviera a punto de arrollarla. Soy peligroso, Anastasia. Pero, ¿cómo protegerte, si la amenaza soy yo mismo? En plena noche me dirijo a mi estudio, y trazo con mi pluma las palabras de Tess en una tarjeta. Soplando sobre la tinta, reordeno mis planes. Cuando Elliot me dijo que me llevaría a la ópera en Portland pensé que sería una buena oportunidad para llevarle el estuche de piel, y dárselo en mano. Pero ahora he encontrado la fórmula para decirle a Anastasia lo que siento: quiero llegar a ella con las palabras de Tess, yo nunca habría podido decirlo igual de bien. Mañana por la mañana enviaré un mensajero a entregárselo. De algún modo he encontrado la manera de decirle a Anastasia que se cuide de mí, pero que voy a estar cerca.
Más calmado, vuelvo a la cama. La lucecita roja de mi Blackberry me indica que hay un mensaje.
*¿Qué tal la barrendera? Elena x*
Ni siquiera respondo. Cuando suena el despertador, varias horas después, descubro que mi mano reposa sobre la piel del último volumen de de Thomas Hardy, y sonrío.
- ¿Taylor? Podemos irnos cuando quieras.
- De acuerdo, señor Grey. Voy a preparar el R8. ¿A la consulta del Dr. Flynn?
- Sí, gracias.
Durante los seis años de terapia que llevo con el Dr. Flynn se ha convertido casi en un confidente. Sólo hablo de mi vida con él, y con Elena. Con el tiempo he aprendido a utlizarlos casi como una liberación, una oportunidad para mostrar el Christian que soy sin necesidad de firmas, de contratos. Ninguno de los dos cuestiona mis actos, Elena me inició en este juego y el doctor nunca lo ha calificado de patología, sino de forma de vida. Me siento en la mesa, frente a él, y mi máscara cae sola.
- Dr. Flynn, he vuelto a ver a mi madre.
Le hablo de Anastasia, del ciclista, de Thomas Hardy y del perturbador encuentro con la chica que barría el salón. Las palabras fluyen como un torrente, un pensamiento enlaza con otro con sorprendente facilidad.

- ¿Y qué siente, señor Grey?
- Miedo, y hambre.
- ¿Miedo y hambre?
- Sí. Es desconcertante. Miedo a no tener el control. A no dominar la situación. Yo… me comporto distinto. Nunca antes había perseguido a una mujer. Ella es… ella es distinta.
- ¿En qué sentido?
- Tiene cara, tiene nombre, tiene una vida que quiero conocer.
Ray, José, la rubia y el chico de la ferretería conocen esa vida. Ellos llenan un espacio que quiero poseer, pero no sólo de la forma que ninguno de ellos podría.
- Quiero ser todo para ella, dentro y fuera del cuarto de juegos.
- ¿No son las mismas bases que establece con el resto de sus compañeras?
- No… bueno sí. El pacto es el mismo, las bases no han cambiado. Ni siquiera la intención, pero sus ojos me persiguen.

En la piel de Grey - Capítulo 1.2


no importa. Al hacerlo ha vuelto a morderse el labio inferior, y es irresistible. Consigue encender mis deseos más profundos sólo con ese gesto.

La miro y la imagen del fotógrafo salta a mi mente. ¿Cómo de unidos estarán? Ella malinterpreta mi mirada inquisitiva y musita algo acerca de cómo le gusta el té. Parece que no puede evitar justificar incluso las acciones más nimias.
- José, ¿es su novio? –basta de rodeos.
- No, en absoluto, es sólo un amigo. ¿Por qué lo dice?
- Por la manera en que se sonríen -respondo complacido.
Bien, me deja entrar, no cuestiona el por qué de mis preguntas, y José no es un obstáculo. Sigo preguntando y parece que Paul, el chico de la tienda, tampoco lo es.
- ¿Por qué lo pregunta?
Vaya, ahí está otra vez esa pieza que no acaba de encajar. Parece domada y al minuto siguiente vuelve a levantar la cabeza.
- Parece nerviosa en presencia de hombres –justifico mi curiosidad.
- Es usted señor, Grey. Me intimida -se vuelve a hacer pequeña al responder.
En estos momentos me parece estar viéndola en el cuarto de juegos, avergonzada, sonrojada, cabizbaja. Tomo aire profundamente sin poder ocultar mi satisfacción. Sé que ahora mismo no es capaz de mirarme a los ojos, pero tiene que aprender a responder a mis deseos. Camuflo una orden:
- Por favor, no baje la cabeza, me gusta verle la cara.
Surte efecto, me obedece y yo sonrío. Así que soy yo, estaba en lo cierto: se siente atraída por mí. Todo lo que intentan contener sus palabras me lo dice su cuerpo. Este juego es divertido, me gusta desconcertarla, así que continúo:
- Es usted misteriosa –y preciosa–, y contenida, menos cuando se ruboriza.
Mastico lentamente mi magdalena y estudio su figura. Pequeña, morena, sentada frente a mí intentando plantarme cara sin ser consciente de su propia sexualidad, de su atractivo natural, sin artificios. Imagino mis manos recorriendo su cuerpo, acariciando sus pechos, sus pezones endureciéndose al más mínimo roce de mis dedos expertos.
- ¿Siempre hace usted preguntas tan personales?
- ¿La he ofendido?
- No, pero es usted un poco arrogante.
La Anastasia directa sale a la superficie, esta vez sin contenciones. No sé cuánto tiempo voy a permitir esa actitud.
- Siempre hago las cosas a mi manera. Siempre –respondo tajante. Es mejor que le vaya quedando claro.
Continúo con el interrogatorio porque necesito saberlo todo de ella. Me lo diga o no, lo averiguaré. Welch ya ha empezado con eso, de hecho. Su mundo, su familia, sus amigos… Es hija de un hogar roto pero Ray, su padrastro, parece ser una figura muy importante en su vida. Anastasia pregunta también jugando al intercambio. Al fin y al cabo somos sólo dos personas conociéndose. Pero, ¿qué le puedo decir? ¿Que mi madre era un puta adicta al crack, que me pegaron, que me marcaron?
- Me adoptó una familia acomodada de Seattle -con eso basta.
Anastasia nota mi barrera, y volvemos a las trivialidades. Me cuenta que quiere ir a Inglaterra tras los pasos de sus autores favoritos. Es una apasionada de la literatura y, cuando habla de ello cambia: sus ojos se encienden y, transportada, habla con vehemencia. No se da cuenta de que el lenguaje de su cuerpo acompaña la fuerza de sus palabras, e inclinándose hacia delante, me ofrece la espléndida visión de su escote. La promesa de un cálido vientre se abre entre sus senos. Tiene que ser mía. Deseo verla esposada de pies y manos, con los ojos vendados, y esa misma pasión dedicada sólo a mí.
- Hablando de literatura, debería irme. Tengo que estudiar. Muchas gracias por el té, señor Grey –Anastasia se levanta.
- Ha sido un placer. Vamos, la acompañaré de vuelta al hotel –digo, tomando de nuevo su mano.
Nos dirigimos al aparcamiento del Heathman, donde sigue estacionado el coche de su amiga. En silencio, hago balance de la situación: a pesar de haber sido un domingo poco usual –estoy seguro de que a la señora Jones le extrañará no encontrar nada que recoger en el cuarto de juegos- ha sido agradable. Repetiré, aunque hay ciertos detalles que tendremos que cuidar.
- ¿Lleva vaqueros siempre? –Pregunto distraído. Prefiero a las mujeres con falda, más accesibles.
- Casi siempre.
Anastasia tiene un aire de universitaria desaliñada que habrá que pulir. Imagino si su ropa interior será tan vulgar como sus pantalones cuando, de repente, espeta:
- ¿Tiene novia?
Esto es lo que me temía. Anastasia tiene en mente una relación convencional. Tal vez no sabe que existen de otro tipo. Quiere ser mi novia. Y yo quiero ser su Amo. Ella quiere besos al atardecer y cenas a la luz de la luna y yo que muerda el cuero de una fusta mientras la penetro esposada a una cruz de madera. Pero, ¿cómo explicárselo?
- No Anastasia, no tengo novias.
En una fracción de segundo ella tropieza y está a punto de ser arrollada por un ciclista.
- ¡Mierda, Anastasia!
Tiro de ella sin pensar, y la atraigo hacia mí. Está a salvo.
- ¿Estás bien? – Susurro.
La estrecho entre mis brazos. Jadea, ha sido todo muy rápido. La tengo tan cerca… Noto su respiración acelerada, su pecho se aprieta contra el mío elevándose y contrayéndose al compás de sus latidos. Una parte de mí no desea soltarla, y acaricio su cara con la punta de mis dedos, su mejilla, rozo sus labios con mi pulgar. Anastasia no aparta sus ojos de los míos, se acerca, contiene la respiración. Los ojos le brillan y me miran suplicantes. Me siento tentado pero besarla implicaría empezar a andar un camino que no voy a recorrer. No puedo hacerlo, pero nada me gustaría más en este momento que unir tus labios con los míos. Cierro los ojos para intentar recuperar el control de la situación, respiro hondo, y la aparto de mí:
- Anastasia, deberías alejarte de mí. No soy bueno para ti.
No lo entiende, y yo tampoco. Su cuerpo sigue suplicando y el mío la busca, pero mi mente sabe que debe mantenerse firme. Su boca contiene la respiración esperando la mía, que no, lo siento, Anastasia, no va a llegar.
- Respira, Anastasia. Voy a dejarte marchar –digo, más para mí que para ella.
La aparto suavemente aunque me cuesta romper el contacto y mis manos no se despegan de sus hombros, y la misma punzada de dolor que cruza mis ojos pasa por los suyos.
Me da las gracias, apenas con un hilo de voz. ¿Gracias?
- ¿Por qué?
- Por haberme salvado.
Ella no se ha dado cuenta de que, en realidad, es a mí a quien he salvado. Verla en peligro me ha hecho darme cuenta de que, de alguna manera, la necesito. Me ha salvado de una existencia sin ella.
- No ha sido tu culpa, ese inconsciente iba en dirección contraria. Me aterra pensar que algo podría haberte pasado. ¿Por qué no vienes a mi hotel, y descansas un poco? – No quiero separarme de ella ahora.
Esperando una respuesta que no llega la dejo ir, y bajo mis manos. Echa a andar por delante de mí. La sigo cruzando el semáforo, en dirección al hotel. Estoy confuso, no me reconozco. Quiero abrazarla y protegerla. De los ciclistas, del mundo, de ella misma. Pero también quiero someter a aquella chica morena, aniñada e indefensa que cayó a mis pies en el despacho, hace sólo unos días. No quiero dejarla marchar, pero las mismas palabras que querría decirle son las mismas que la alejarían irremisiblemente de mí. Intento explicarme antes de que se vaya:
- Anastasia, yo… -es inútil, no puedo seguir. He estado a punto de romperme.
Otra vez, otra vez el peligro externo. Otra situación que se escapa de mi control. No puedo contarle que lo que más me ha afectado es el recuerdo de esa otra mujer frágil, morena e infantil que sucumbió al peligro y a la que el niño que yo era no pudo ayudar. A partir de ahora yo tomaré las riendas y me encargaré de que no haya más imprevistos.
- ¿Qué ocurre, Christian? –¿cómo? ¿me acaba de llamar por mi nombre de pila?
Nadie, sólo mi familia me llama Christian. De pronto Anastasia no me llama de usted, no me tutea. Para ti soy el señor Grey, bonita. Ha estado demasiado cerca, he bajado la guardia por un momento. No puedo volver a exponerme tanto. No volverá a pasar. Esa familiaridad que se ha tomado sin permiso me devuelve a mi mundo. Yo soy el Amo. Tú, si quieres ser algo, serás la sumisa. Y me llamarás señor Grey sólo cuando yo te dé permiso para dirigirte a mí.
- Suerte con los exámenes –digo a modo de clara despedida, y me quedo viéndola marchar hacia su coche

Fuente:  Fans de Grey

domingo, 24 de mayo de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 1.3


En el hotel, Taylor lo tiene ya todo dispuesto para el viaje de vuelta a Seattle. Me acomodo en el coche y me preparo para las dos horas que tengo hasta llegar a casa. Tiempo suficiente para atar un par de cabos sueltos. Saco mi Blackberry. Mi primer encargo es para Hendersson, es rápido y eficaz. Welch hizo un buen trabajo con su informe inicial, pero necesito saber más.
De: Christian Grey
Para: Jared Hendersson
Fecha: 15 de mayo de 2011 13:15
Asunto: Anastasia Steele
Hendersson, tengo un encargo para usted. Por favor, reúna toda la información posible referente a Anastasia Steele. Nada de un informe estándar, ése ya lo tengo, quiero que lo averigüe todo. Envíeme el dossier tan pronto como le sea posible.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
El paisaje hacia norte va pasando por la ventanilla. El segundo encargo es más especial. Necesito asegurarme de que Ana me tiene muy presente durante el tiempo que pasemos separados.
De: Christian Grey
Para: Andrea Morgan
Fecha: 15 de mayo de 2011 13:21
Asunto: Thomas Hardy
Morgan, necesito que me encuentre una primera edición en perfecto estado de la obra de Thomas Hardy Tess la de los d’Urberville. El precio, por supuesto, no importa. La quiero en mis manos mañana a más tardar.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
Esto debería bastar, por el momento. Aparto a Anastasia de mis pensamientos en espera de disponer de más información. Me recuesto en mi asiento y dejo vagar mi mente. Ahora que el recuerdo de mi madre ha vuelto a cobrar vida, es difícil volver a enterrarlo. Tal vez debería llamar al doctor Flynn y adelantar nuestra cita del martes, nunca sé dónde colocar estos sentimientos. Sintiéndome pequeño, otra vez, tirado en aquella alfombra verde, incapaz de ayudarla, me quedo dormido.
Mami y yo estamos sentados en la sala de estar. Nos estamos riendo. Mami me coge en brazos y yo la abrazo, peino su pelo. A mami le gusta, huele bien. Es casi la hora de cenar y mami dice que me va a preparar mi comida favorita: un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada de arándanos. La acompaño a la cocina mientras me lo prepara. Mami canta. Yo juego con mis coches. Cuando estamos solos mami canta. Me gusta. Soy feliz.
- Ya hemos llegado a casa, señor Grey –es la voz de Taylor. Me despierto con una sensación agradable, sé que he soñado algo pero no recuerdo qué.
- Gracias Taylor.
Es un alivio volver a la seguridad de mi casa. Todo está en su sitio, no hay ni una mota de polvo. La señora Jones me recibe con una copa de vino blanco.
- Bienvenido a casa, señor Grey.
Asiento imperceptiblemente y me dirijo copa en mano hacia el piano. Siempre que estoy fuera tantos días lo echo de menos. Acaricio las teclas con los dedos y mi mano izquierda empieza a tocar las notas de una de las piezas fúnebres para piano de Richard Wagner. La pieza me cautiva y acabo sentándome en el banco para interpretarla de principio a fin. Cuando levanto la vista, la noche ha caído sobre Seattle. Mi estómago ruge y un delicioso olor a comida llega desde la cocina. Sonrío: la señora Jones sabe anticiparse a todas mis necesidades.
El fillet mignon acompañado de setas, las patatas recién salidas del horno y el sorbete de mango que pone punto y final a una exquisita cena me hacen darme cuenta de que no he comido nada en todo el día. Bueno, nada salvo la magdalena de arándanos de esta mañana. Anastasia…
Satisfecho, retiro la silla y dejo la servilleta en la mesa. En ese momento entra la señora Jones a retirar los platos.
- ¿Está todo a su gusto, señor Grey?
- Excelente como siempre, Gail. Gracias.
Me vuelvo a medias, pero la señora Jones sigue frente a mí, como si tuviera algo más qué decir. La miro enarcando las cejas.
- ¿Algo más, señora Jones?
- Eh… sí, señor Grey. Verá, he olvidado decirle que su madre llamó poco antes de que llegara.
- Señora Jones, eso fue hace más de dos horas. ¿Por qué no me ha dicho nada antes?
- Lo siento señor Grey. Iba a decírselo cuando …
- ¡Es igual! Ha sido un comportamiento inexcusable. Que no se repita. Retírese.
Gail se retira rápida, casi huyendo. No puedo soportar su negligencia: una vez más y tendré que castigarla de nuevo. Me acerco al teléfono para devolver la llamada a mi madre y respiro hondo un par de veces para calmarme. Grace conoce perfectamente todos los matices de mi voz, y no quiero preguntas.
- Mamá, ¿qué tal?
- Hola Christian, qué alegría escucharte. Creí que volvías esta mañana de viaje.
- No, he llegado hace un rato. Me surgió una sesión de fotos en el último momento para el periódico de la universidad. Ya sabes que colaboro con ellos.
- Ay, hijo, ¿es que tú nunca te tomas un descanso?
- Ya sabes que no, madre.
- Bueno, te llamaba para avisarte de que tu hermano Elliot quiere darte una sorpresa. Ya le dije que no era una buena idea, que no te gustan estas cosas, pero ya sabes cómo es, ha insistido.
- ¿Ah, sí?
- Sí, ya sabes que todos pensamos que trabajas demasiado. Tiene pensado llevarte por ahí, para que te distraigas un poco.
- Está bien mamá, gracias por avisar. ¿Estáis todos bien? ¿Cuándo vuelve Mia?
- Todos bien hijo. Tu hermana vuelve en un par de semanas. Estamos pensando hacer una cena de bienvenida a su regreso de París. Hace tanto que no nos reunimos todos…
- Claro mamá, cuenta conmigo. Buenas noches.
- Buenas noches, hijo.
Mi madre está en lo cierto, no me gustan las sorpresas. Elliot también lo sabe, por supuesto, pero es muy propio de él pasar por alto mis preferencias. A primera hora le llamo, y al infierno con su sorpresa.
Cansado pero despierto me meto en la cama. No sé si esta noche conseguiré conciliar el sueño, pero ha sido un día largo y sólo analizarlo me llevará un buen rato. Anastasia, que quiere entrar en mi vida de una forma en la que no soy bueno, me recuerda demasiado a mi madre. El doctor Flynn siempre dice que es normal, que es un patrón que sigo involuntariamente, que insisto una y otra vez en una escena que me torturó y que escapaba a mi control. Hasta ahora siempre me ha funcionado. Pero con Anastasia es diferente. Joder, he estado a punto de besarla. Si sólo pudiera dejar la mente en blanco y dormir…
Finalmente, a altas horas de la madrugada caigo en un sueño pesado y profundo. Por la mañana me levanto descansado, listo para la sesión de ejercicios matutina. La rutina del gimnasio me ayuda a ponerme en orden y un solo pensamiento llena mi cabeza: sexo. Duro. Hoy. Esta noche salgo. Me coloco una toalla sobre los hombros: de momento voy a la ducha.
Abro el grifo y dejo que una nube de vapor inunde la estancia. Me desvisto y adivino mi figura a través del vaho del espejo. Bajo el agua caliente cierro los ojos y me toco, acaricio mi cuerpo, tenso después del ejercicio. Mi miembro responde a mis deseos y lo rodeo firmemente con la mano, intentando apaciguarme. Toda esta historia con Anastasia ha despertado mis instintos tanto, que no puedo esperar a esta noche para descargar la tensión sexual. Recordando su escote y el arranque de sus pechos, me masturbo bajo el agua. Esto es nuevo, son ellas las que suelen darme placer. Anastasia, ¿qué estás haciendo?
A las siete y media ya tengo el desayuno preparado en la barra de la cocina. Gail siempre responde bien después de una amenaza: zumo de frutas fresco y café. Ni rastro de ella. Así está mejor. Mi Blackberry vibra sobre el mostrador y la pantalla muestra una ristra de mensajes por responder. Apuro el café y me dirijo al estudio, dispuesto a recuperar el tiempo perdido ayer.
Los asuntos en Darfur se están complicando pero tengo a mi equipo trabajando en ello, no me preocupa en exceso. Escudriño la pantalla en busca de algún mensaje etiquetado en rojo, los asuntos personales. Ahí está. Hendersson.
De: Jared Hendersson
Para: Christian Grey
Fecha: 16 de mayo de 2011 07:22
Asunto: Re: Anastasia Steele
Estimado señor Grey,
Adjunto le envío la recopilación de la información que me solicitó ayer. Espero que el informe sea suficientemente exhaustivo.
Quedo a su disposición,
Jared Hendersson
Hendersson es uno de mis empleados más valiosos. Es capaz de seguir el rastro de cualquier persona, no importa dónde esté, dónde se haya escondido. Y su trabajo es todavía más eficaz si el sujeto no sabe que está siendo investigado.
Abro el archivo adjunto que contiene y ahí está todo lo que podría desear: partida de nacimiento, notas escolares, número de teléfono, informes médicos, cuentas corrientes y movimientos, historia laboral, informes de empleadores, fotografías… Noto con curiosidad que no dispone de cuenta de correo electrónico, ni perfil en Facebook. Es extraño, una universitaria en pleno siglo XXI que parece ajena a la revolución de las redes sociales… Mejor para mí, cuanto más privado sea su círculo más fácil me será controlarlo.
Sin embargo, algo llama mi atención. Sé que Anastasia se gradúa en menos de una semana. Lo sé porque yo mismo entregaré los diplomas a los alumnos de la universidad. Y en el informe que acabo de recibir no pone nada sobre futuros planes. Ella me dijo que iba a buscar un trabajo en prácticas, yo mismo le ofrecí uno en mi empresa, y lo rechazó. ¿Será que todavía no ha empezado a buscar? Y, ¿no tiene planeado un viaje con sus amigas? Algunos universitarios van a Florida a pasar unos días de fiesta, pero no consta que haya hecho ninguna reserva en un hotel, o en una compañía aérea.
De: Christian Grey
Para: Jared Hendersson
Fecha: 16 de mayo de 2011 07:35
Asunto: Ok
Está bien Hendersson. Mantégame al corriente de cualquier movimiento en sus cuentas que indique que planea salir de Portland.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
Sigo leyendo mi correspondencia y antes de salir para la oficina llamo a Elliot, a ver qué es lo que tiene en mente que tanto ha inquietado a mi madre. Mierda, sabe perfectamente que no me gusta que nadie organice mi agenda; a duras penas dejo que lo haga Andrea. Tras un par de tonos, Elliot responde.
- ¿Sí? –suena adormilado.
- ¿Te he despertado? Elliot, por todos los santos, son más de las nueve.
- ¡Christian!
- Buenos días.
- ¿Ya son más de las nueve? Es el jet lag, sigo sin hacerme a la hora de la costa oeste.
Sólo entonces recuerdo que Elliot había ido a Nueva York a cerrar un asunto con los astilleros. Pero, ¿jet lag? Debería darle vergüenza, sólo hay tres horas de diferencia entre el Atlántico y el Pacífico.
- ¿Qué tal te han ido los negocios en la Gran Manzana?
- Estupendo, mucho mejor de lo que me esperaba. Ha ido todo a pedir de boca. Tengo que volver la semana que viene para firmar los contratos pero tendría que pasar algo muy gordo para que se fuera a pique la fusión.
- Enhorabuena hermano.
- Gracias. Por cierto Christian, ya que me llamas, no hagas planes para el viernes –por fin saca el tema, y su tono es divertido. Como si no supiera que a mí esto no me hace ninguna gracia.- Te he preparado una sorpresa.
- Mmmm… No estoy seguro Elliot. Ya sabes que no dispongo de mi tiempo tanto como vosotros –mi tono me delata.
- Venga Christian, por los viejos tiempos –ahora es su tono el que denota desilusión.
- Las cosas en África están complicándose y probablemente tenga que trabajar hasta tarde.
- Venga, hermano, sólo es una noche. Te gustará.
- Elliot, no insistas, por favor. No sé por qué estáis todos empeñados en que tengo que salir más, que divertirme más. Esta es mi vida, la he construido yo así, pieza a pieza. Y me gusta como es –empiezo a cansarme de esta conversación. –Además, Mia llega en un par de semanas y mamá está organizando una cena de bienvenida. Allí nos veremos todos.
- Pero es que yo tengo algo que celebrar, Christian, y parte del éxito de la operación se debe a ti y a tus contactos. Además no creo que encuentres ninguna pega en el plan que te propongo. Presta atención: Opera House, Portland, viernes noche, Lucía Di Lammermoor. ¡La obra cumbre de Donizetti! ¿Qué me dices? Por supuesto, pasaremos la noche en el Heathman. Yo me ocuparé de llamar y que te reserven la suite siempre.
- Portland ¿eh? Me has convencido Lelliot.
- Sabía que te iba a gustar.
- Nos vemos el viernes, hermano.
Cuando cuelgo una sonrisa cruza mi cara. Portland, últimamente todo gira alrededor de esa ciudad. Llamo a Andrea para advertirle de que en media hora estaré en la oficina, y que lo tenga todo preparado. Hoy me esperan varias reuniones para ultimar los negocios en Darfur.
Tras una mañana rutinaria hago un alto para comer. A la vuelta, sobre mi mesa hay un paquete. Supongo que serán los libros que le encargué a Morgan. Rasgo el papel y, efectivamente, es una primera edición en perfecto estado del libro favorito de Anastasia. Será un buen detalle para festejar su último examen. Y para que piense en mí. Ahora no tengo tiempo de echarle un vistazo, pero creo que entre sus páginas descubriré algo más sobre ella.
La tarde resulta agotadora y aburrida, y salgo de la oficina con el mismo pensamiento con el que me he levantado clavado en mi cabeza. Necesito algo salvaje, y creo que Elena me puede ayudar. Cuando montamos el salón de belleza le encargué que seleccionara cuidadosamente al personal. Ella sabía a lo que me refería. Hoy es el momento de hacerle una visita. Y voy a ir solo, me apetece conducir.
El salón está como siempre, atestado de mujeres que van de un lado para otro y con el inconfundible olor a cera, laca y perfume caro. Elena está tras el mostrador y me recibe radiante. Pasamos los primeros minutos hablando de nuestros negocios, pero ella me conoce bien. Sólo mirándome sabe que no he venido sólo a verla a hablar de la posibilidad de ampliar los servicios del salón de belleza. Con una pícara sonrisa en los labios me dice:
- ¿Sabes? Acabo de contratar a una chica nueva. Pobrecita, creo que viene de un pueblo de Kansas, se incorporó hace sólo tres días, y está totalmente abrumada por la gran ciudad. Podrías invitarla a tomar una copa.
- ¿A tomar una copa?
- Ya me entiendes, Christian… Es esa muchacha morena que está barriendo.
Tardo poco en dar con la chica. Efectivamente es muy guapa y, como todas, morena, delgada, bajita, delicada. Me gusta. Se mueve torpemente, mareando la escoba, sin saber muy bien qué hacer, hasta que alguien llega y le da una orden directa:
- Cuando acabes aquí lleva estas toallas al almacén.
- Claro, señorita. En seguida.
Miro complacido a Elena.
- ¿Y bien, Christian? ¿Qué te parece? ¿Es lo que tenías en mente?
- Elena, como siempre, conoces a la perfección mis gustos. ¿Te ocuparás de los detalles?
- Por supuesto, si acepta tus condiciones la tendrás en el cuarto de juegos en una hora.
- Bien. Asegúrate de que firme el contrato.
Nos sonreímos cómplices y dejo el salón. De vuelta le doy instrucciones a la señora Jones, y entro en el cuarto rojo. Huele a cuero y a madera, sólo el olor ya me excita. En pocos minutos tendré aquí a la sumisa. Examino mi humor, y me decanto por unos pañuelos de seda para inmovilizar sus manos y sus pies y una fina vara de sauce. Su piel parecía bastante delicada, y quiero verla estremecerse bajo el chasquido del sauce contra sus nalgas. Llevo todo el día esperando este momento, quiero descargarme sobre alguien, quiero dominar a alguien, quiero volver a sentir el poder y el control que Anastasia me ha quitado.
Exactamente nueve minutos después de la hora acordada tres toques en la puerta me anuncian que ya está aquí. Abro furioso para encontrarme a la muchacha arrodillada, con las piernas abiertas, el pelo trenzado y la mirada baja. Sólo lleva puestas unas bragas de algodón blanco. Elena ha hecho a medias su trabajo. Llega tarde, y con una ropa interior digna de la granjera de Kansas que es.
 
Fuente:  Fans de Grey