- ¿Qué quiere que haga con esto, señor Grey? –me pregunta Taylor indicándome la bolsa de Clayton.
- Déjala aquí, gracias, Taylor. Menos el mono de trabajo. Ese tíralo.
Taylor asiente diligente y se marcha. Echo un vistazo al contenido de la bolsa, las bridas, la cinta adhesiva, la cuerda… El mono azul fue claramente una concesión, quería que Anastasia se sintiera útil, pero qué ingenua. ¿De verdad se habrá creído que para lo que tengo en mente lo necesito? Me bastan mis jeans gastados. Acaricio la cuerda y pienso en ella, en cómo la fibra natural se ajustaría a sus muñecas, en los surcos rojizos que dejaría sobre su piel.
En ese momento suena el teléfono. Sé que es ella. No necesito mirar la pantalla de mi Blackberry antes de contestar el mismo frío y seco saludo de siempre:
- Grey.
- ¿Señor Grey? Soy Anastasia Steele.
Suena atropellada y tímida. Su nerviosismo y su ingenuidad son una mezcla explosiva, y me doy cuenta de lo excitado que estoy mientras retuerzo entre mis dedos con fuerza una de las bridas de plástico. Es evidente: está alterada. Una parte de mí no estaba seguro de que tuviera el valor de llamar pero lo ha hecho, a pesar de lo asustada que está, de lo intimidada que se siente a mi lado. Eso me gusta.
- Señorita Steele, qué placer tener noticias suyas.
- Bueno, nos gustaría hacer la sesión de fotos. Mañana, ¿dónde le vendría bien?
Sonrío para mis adentros. Mañana tendré a Anastasia en mi terreno.
- A las 9:30 en mi hotel. Lo estoy deseando, señorita Steele.
Dejo que esas cinco palabras se llenen de significado, que transmitan todo lo que quiero para mí. Y para ella.
Ya ha caído del todo la noche sobre Portland cuando cuelgo el teléfono. La llamada de Anastasia me ha puesto de muy buen humor, y en mi cabeza empiezan a sonar las notas de una melodía de Thomas Tallis.
Me pongo mis pantalones de deporte y voy al gimnasio, necesito descargar adrenalina. Siento como la tensión va abandonando mi cuerpo a medida que el desgaste físico va ganándole terreno a la imagen de Ana caída en la alfombra de mi despacho. Fue en ese momento en el que decidí que ella sería la siguiente. Tan vulnerable, tan dócil. Su forma de tropezar y mirarme desde el suelo implorando mi perdón antes siquiera de saber qué falta había cometido. Eso me excita. Y me excita aún más pensar lo lejos que está ella de saber lo que pretendo. Me concentro en el banco de ejercicios y la cadencia de mis embites se torna cada vez más sexual mientras fantaseo con la idea de tener a Anastasia debajo de mí.
Dos horas después, agotado físicamente pero con la mente más clara que en todo el día, vuelvo a mi suite. Me meto en la ducha sin lanzar siquiera una mirada al joven que me mira desde el espejo, dejando que el agua resbale por mi espalda. Noto los músculos tensos, duros. Me enjabono a conciencia y salgo sintiéndome más relajado. No me preocupa la sesión de mañana. Al fin y al cabo son sólo unos universitarios, y he hecho esto miles de veces. Sé que cautivaré tanto a la cámara como a Anastasia.
Cuando suena el teléfono para informarme de que la señorita Steele y su equipo ya han llegado llevo horas levantado. Qué largas son las madrugadas lejos de mi piano. Hasta las nueve y media no empieza la sesión y tengo el tiempo justo para refrescarme y vestirme: camisa blanca y pantalones de franela, la sesión no merece más. Para mí esto no es más que una excusa para acercarme a ella.
Taylor aparece para acompañarme a la suite que han asignado para las fotos. Vamos en silencio, como siempre. Él sabe cuál es su papel en todo momento, y se queda en un discreto segundo plano, en una esquina. Allí están, en el improvisado set que han colocado: cuatro personas se mueven por la habitación, tres sombras y Anastasia.
- Volvemos a vernos, señorita Steele.
Le tiendo la mano, tiembla como un pájaro indefenso, y la envuelvo en un suave pero firme apretón. Es tan frágil que no puede esconder el rubor tras su rápido parpadeo. Sus manos… un pensamiento cruza mi mente: tengo el juego de bridas sólo un piso más arriba. La voz de Anastasia me saca de mi ensoñación.
- Señor Grey, permítame presentarle a Katherine Kavanagh.
Su voz es apenas un murmullo. Sólo en ese momento las sombras que cruzaban la habitación cobran forma. Una rubia con aires de mujer fatal avanza hacia mí, y le estrecho la mano con indiferencia. Me presentan al resto del equipo, un fotógrafo y su asistente. Nunca me han gustado las rubias y casi me repugna que una mujer se acerque a mí con esos aires de superioridad. Tampoco me gusta el fotógrafo, parece tener cierta complicidad con Anastasia. Se sonríen y puedo leer en los ojos del tal José Rodríguez el deseo contenido. Gilipollas. Tengo que hacer un esfuerzo para que mi expresión no delate mis pensamientos.
Desafiante, le pregunto que dónde quiere que me coloque pero la rubia vuelve a tomar el control indicándome una silla colocada contra la pared. Encienden el equipo y el primer fogonazo me ciega. Aficionados… Tras una disculpa del ayudante empieza una sesión que se me hace interminable. Siéntese, mire aquí, mire allí, gire la cabeza… Paciente, busco los ojos de Anastasia, pero ella aparta la mirada mordiéndose el labio inferior. Me esquiva.
- Ya tenemos bastante sentados. ¿Puede ponerse de pie? –Katherine sigue dándome indicaciones.
Poco después la sesión se acaba al fin, y yo sólo quiero sacar de allí a Anastasia, tenerla toda para mí, lejos de las candentes miradas del fotógrafo y de la autoridad que sobre ella ejerce su amiga Katherine, que parece querer tener todo bajo control. Así que lo mejor será llevármela de allí.
- Estoy deseando leer su artículo, señorita Kavanagh –murmuro mecánicamente mientras mis ojos se vuelven hacia Anastasia que está junto a la puerta. Ante todo, soy elegante. – Señorita Steele, ¿viene conmigo?
Sorprendentemente acepta sin titubeos, a pesar de que la propuesta no suena tan atractiva para sus compañeros, que intercambian rápidamente una serie de miradas reprobatorias. No importa, ha dicho que sí. Bien hecho, Anastasia. Abro la puerta para abrirle paso y salimos de la habitación, con Taylor pisándonos los talones.
- Taylor, en seguida te aviso.
Taylor se aleja por el pasillo y por fin estamos a solas. He pensado mucho en ella desde que apareció en mi oficina, en su boca, en cómo se muerde el labio inferior, en sus manos, en cómo se abraza a sí misma cuando se siente insegura. Clavo mis ojos en los suyos sin ocultar el deseo detrás de ellos.
- Me preguntaba si querría tomar un café.
Anastasia se revuelve nerviosa, musitando una disculpa. Tiene que llevar de vuelta a sus amigos a casa. No voy a dejar que un insignificante problema de logística estropee mis planes. No ahora que estoy tan cerca… Taylor puede llevarles.
- No hay problema, señorita Steele. Tengo un 4×4, Taylor puede llevar a todos, y el equipo.
Hago un gesto a Taylor, que se acerca de nuevo.
- ¿Puede acercar a su casa a los periodistas?
- Por supuesto, señor Grey.
- Perfecto. ¿Nos vamos, señorita Steele? –me vuelvo hacia Anastasia con un gesto complacido señalándole la salida.
Anastasia mira incómoda hacia la habitación en la que sus amigos siguen recogiendo, preparándose para salir. No sé qué tipo de influencia ejercen sobre ella, pero no me gusta. ¿Acaso tiene que pedirles permiso?
- No hace falta que se moleste, señor Grey. Si me da un segundo intercambiaré las llaves de mi coche con el de Kate. Enseguida vuelvo.
Le sujeto la puerta y despido a Taylor, desconcertado. No estoy acostumbrado a que las mujeres cuestionen mis decisiones.
- Gracias Taylor, no será necesario. Recojáme en la puerta del hotel en una hora.
- De acuerdo, señor Grey.
Anastasia vuelve al cabo de unos momentos, y salimos de la suite. Va caminando a mi lado, su figura frágil ondulándose en el pasillo, de camino al ascensor. Noto el calor emanando de su cuerpo y la tensión desvaneciéndose a medida que nos alejamos de su círculo de confianza.
- ¿Hace mucho que conoce a la señorita Kavanagh?
- Desde que empezamos la universidad. Es mi mejor amiga.
Llegamos al ascensor y una pareja se besa apasionada tras las puertas. Se separan rápidamente cuando entramos, haciendo más estrecho el espacio para los cuatro. De no haber estado ellos allí, habría intentado estrecharlo aún más. Me coloco al lado de Anastasia, la distancia es tan corta que puedo sentir su olor, el roce de su camisa en mi brazo. Quiero tocarla. Anastasia no pertenece a mi mundo, eso está claro, pero sé que siente atraída por mí. El balbuceo al hablar, la mirada que no es capaz de sostenerme, el rubor que salta a sus mejillas… Le cojo la mano en cuanto se abren las puertas.
- ¿Qué tienen los ascensores? –pienso en voz alta.
Es mi presa, y no voy a soltarla. Su piel es suave, y sus dedos fríos se tensan por un momento al notar los míos. Hay algo en Anastasia que me desconcierta, necesito saber qué es. Poseerla, desvelar sus secretos y dejarla expuesta en cuerpo y mente. La conduzco a través del vestíbulo del hotel y salimos a la calle.
En un semáforo la miro; sonríe sin levantar la vista. La guío a través del soleado domingo de Portland pensando qué largo es este camino hacia el cuarto de juegos. Es mucho más fácil cuando me esperan arrodilladas en ropa interior, sin mirarme a los ojos. Aunque Anastasia no suele enfrentar mi mirada. Esa lección, sin saberlo, ya la conoce.
Nuestra llegada al Portland Coffee House me obliga a soltar su mano.
- Escoja una mesa, yo iré a pedir. ¿Un café?
- Preferiría un té negro –Anastasia vuelve a sorprenderme. Parece tan dispuesta a hacer lo que yo quiero y, sin embargo, acaba tomando siempre la iniciativa.
- Muy bien, un té. ¿Con azúcar?
- No, muchas gracias.
Fuente: Fans de Grey
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