Es virgen. Sí, Anastasia es virgen. No puedo creerlo. La miro, lo pienso y no puedo creerlo. ¿Por qué no me lo ha dicho antes? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí sin que yo lo supiera? De acuerdo, es virgen. Deberé asumirlo y ver cómo continuar con todo esto. Camino por el estudio tratando de comprender la situación. De repente, todo ha cambiado. Ella está quieta y me mira. Pienso un momento antes de hablar. Reconozco que me he puesto nervioso. Y no puedo disimularlo.
—No entiendo por qué no me lo has dicho —es todo lo que logro decirle.
—No ha salido el tema. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida sexual. Además… apenas nos conocemos.
Trato de no enfadarme. Entiendo que no vaya contando sus intimidades, pero hemos llegado demasiado lejos antes de que abriera la boca. ¿No se da cuenta de eso? Anastasia mira para abajo. Está tensa y no sabe qué decir. Y yo tampoco. Respiro profundo y trato de serenarme. Pero no lo logro. No es que esté enfadado, solo que no logra entrar en mi cabeza cómo llegamos hasta aquí sin que yo supiera esa información. Entonces, me mira. Y trato de explicarle:
—Bueno, ahora sabes mucho más de mí. Sabía que no tenías mucha experiencia, pero… ¡virgen! Mierda, Ana, acabo de mostrarte… Que Dios me perdone. ¿Te han besado alguna vez, sin contarme a mí?
Mis pensamientos salen sin filtro. He perdido el control y todo se me hace confuso. Acaba de ver una habitación llena de látigos, de esposas, de grilletes. Y es virgen. De repente ya nada me asombraría.
Sin embargo, parece que le ofende que le pregunte si la han besado.
—Pues claro —me responde enfadada.
No veo por qué le molesta mi pregunta. Me alivia saber que por lo menos la han besado. No entiendo cómo nunca pasó a otra cosa después de un beso. Y…¿por qué conmigo?
—¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que no lo entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós. Eres guapa.
Se pone colorada y me mira. No dice nada. Yo me estoy poniendo nervioso. No dejan de surgirme dudas en la cabeza. ¿Quiero ser yo quien la desvirgue? ¿Deseo realmente cargar con esa responsabilidad?¿Ocupar ese lugar en la vida de Anastasia Steele? Por un momento siento que no, que no voy a ser yo. Por otro, la sensación es muy tentadora, casi irresistible. Anastasia parece haber perdido capacidad de reacción. ¿Cómo se supone que haremos esto? Necesito información, tengo que saber más sobre ella.
—¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia? ¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor.Se encoje de hombros.
—Nadie me ha… en fin…—comienza a decir sin saber hacia donde va su frase.
Entonces, se interrumpe y me pregunta:
—¿Por qué estás tan enfadado conmigo?
Su pregunta me hace recapacitar. Provoca un quiebre en mi interior. Es tan dulce el tono en qué la dice. No deseo lastimarla. Me siento culpable.
—No estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo. Había dado por sentado… ¿Quieres marcharte?
Por supuesto no quiero que se vaya, pero es lo que debo ofrecerle en este momento. Me alegra cuando me responde:
—No, a menos que tú quieras que me marche —en tono tímido pero seguro.
¿Cómo explicarle todo lo que estoy sintiendo en este momento? Tal vez la mejor opción es ir por lo simple.
—Claro que no. Me gusta tenerte aquí. Es tarde. —La miro—. Estás mordiéndote el labio.
Que se muerda el labio tiene un extraño poder hipnótico sobre mí. Me seduce, me excita, me desconcentra de cualquier actividad que esté haciendo.
—Perdona.
—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… fuerte.
Me mira. Esta nerviosa y excitada. No sabe qué decir ni qué hacer. Debo tomar el control de la situación. Entonces decido que si ella está de acuerdo, si realmente no desea irse, ya no hay nada más qué hablar.
—Ven —le digo.
—¿Qué?
—Vamos a arreglar la situación ahora mismo.
Parece no entender. Me mira extrañada. Sin saber cómo reaccionar.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?— me pregunta.
—Tu situación, Ana. Voy a hacerte el amor, ahora.
—Oh.
Claro que sabía a qué me refería, solo que la información va bajando lento en su cabeza.
—Si quieres, claro. No quiero tentar a la suerte— le aclaro. Soy muy sincero con mis palabras. No quisiera que se arrepienta. Y mucho menos que tuviera una mala experiencia.
—Creía que no hacías el amor. Creía que tú solo follabas duro.
Su respuesta me sorprende. De repente la señorita Steele, a pesar de estar nerviosa y atemorizada, tiene espacio para burlarse de mí. De acuerdo, puede ser muy divertido. Sonrío. Quiero avanzar con esto. Hacer el amor, follármela. Hacer el amor, follármela.
—Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad quiero hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor . Quiero que nuestro acuerdo funcione, pero tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu entrenamiento esta noche… con lo básico. No quiere decir que venga con flores y corazones. Es un medio para llegar a un fin, pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también.
Le digo todo de repente. Y ya mismo quisiera dejar de hablar…
—Pero no he hecho todo lo que pides en tu lista de normas —me dice con poca seguridad.
Creo que está mareada con la situación. Me parece lógico. La entiendo y quiero que se sienta bien. Está por dar un paso importante y necesita de mi apoyo. Quiero que se sienta confortable y segura.
La observo una vez más. Está hermosa y la deseo y se lo diré porque quiero hacerla sentir bien y que confíe en mí.
—Olvídate de las normas. Olvídate de todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he deseado desde que te caíste en mi despacho, y sé que tú también me deseas. No estarías aquí charlando tranquilamente sobre castigos y límites infranqueables si no me desearas. Ana, por favor, quédate conmigo esta noche.
Le tiendo la mano y ella la coge. La traigo contra mi cuerpo. Está entre mis brazos. Recorro su nuca con mis dedos. Tiro suavemente de la coleta para hacer que me mire.
—Eres una chica muy valiente. Me tienes fascinado.
La beso. Estoy decidido a hacerle el amor.
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